Mientras marchaba en defensa de las universidades públicas (que son las más afectadas por el recorte presupuestal que el nuevo gobierno le hizo a la educación superior), recordé aquel enero de 1995, cuando subía nerviosa las escaleras de la universidad de Cartagena para ver la lista de los estudiantes admitidos al programa de derecho.
Eran tantas hojas y tantos nombres en esa cartelera, que no alcanzaba a ver el mío. A mi lado, unos daban gritos de alegría, otros saltaban, y otros lloraban como si se les hubiese muerto un ser querido. Pues sí, se moría la posibilidad de ser alguien distinto, porque para muchos, esa era nuestra única opción.
Dentro de ese privilegiado grupo que cursábamos primer año, había un compañero, Pedro; era un poco tímido pero de una calidad humana inigualable. A la una de la tarde, cuando todos salíamos de clase, él se iba (con ese sol implacable del medio día), para el centro comercial La Matuna; y allí, justo en el andén de la entrada, colocaba su chaza de dulces. Eso lo hizo durante los cinco años de la carrera. Hoy, mi colega, es un destacado asesor en asuntos laborales para importantes empresas de la ciudad.
Pero también, justo enfrente de la entrada a la universidad, veíamos todos los días a Yamil, un señor que desde muy joven, vendía chicles y dulces en una chaza. Allí pasó su vida, allí envejeció, y precisamente, hace unos días, allí murió. A diferencia de Pedro, Yamil nunca tuvo la oportunidad de pasar de la puerta de la universidad.
Me resulta inevitable pensar en aquellas palabras de Savater: “La educación es la lucha contra la fatalidad; contra esa fatalidad que hace que el hijo del pobre siempre tenga que ser pobre”. ¡Claro!, es que la educación rompe esa fatalidad y hace que los hijos puedan ser mejores que los padres, más aptos, más libres; que se puedan desarrollar y progresar.
Por ello, es una barbaridad que el Gobierno aumente tres billones de pesos el presupuesto de defensa y recorte abruptamente la educación. ¡Eso es un sacrilegio!, pues la educación no es algo superfluo, no es un adorno, mucho menos un gasto. La educación es una inversión y una inversión imprescindible; el arma más poderosa para cambiar el mundo, decía Mandela.
Hay que armar a nuestros jóvenes, pero con libros, ciencia y tecnología, pues solo así, le podemos hacer la guerra al hambre, a la pobreza y a la corrupción.
Somos un país con 32 universidades públicas y 138 cárceles, lo quiere decir que gastamos más en castigar que en educar. Por eso, así sea en defensa propia, debemos defender la educación, porque es la lucha más legítima que como sociedad podemos dar.
*Abogada y analista política.
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