Ese fue el título con el cual, un día como hoy, hace casi 250 años, Thomas Paine publicó un folleto en el que recopiló toda la evidencia disponible sobre cómo los británicos explotaban Norteamérica. Para entonces los colonos estaban a punto de caer en su propia patria boba, peleándose las migajas que les dejaban. Sin eufemismos ni rebuscadas herramientas literarias, Paine escribió que la dominación británica no les generaba ningún beneficio. Al final resumió las razones por las cuales los colonos debían luchar por un gobierno propio. Fue un éxito literario que vendió más de 120.000 ejemplares en menos de 100 días y se convirtió en “el folleto más incendiario y popular que se publicó durante la etapa revolucionaria”.
Décadas después, el filósofo español Jaime Balmes escribía sobre las verdades subjetivas (criterios de conciencia), las verdades racionales (la evidencia) y las verdades objetivas (sentido común). El afirmaba que, dado que la misma duda es una certeza en sí misma, deberíamos tener claro qué tipo de verdad buscamos. El sentido común es la capacidad natural de juzgar los hechos de manera razonable y es, dicho de otra forma, la capacidad de orientarse en la vida, calculando lo probable, lo razonable y lo absurdo. El sentido común debería servirnos, en lo personal, para tomar sabias decisiones en este comienzo de año. Dejo a cada quien las personales y resumo algunos puntos de discusión para el sentido común de todos:
Parece evidente que el mundo botó por la borda su exiguo sentido común al permitir que orates como el payaso del norte tengan nuestras vidas en sus manos mientras todos observamos impávidos como destruimos nuestra única casa en una espiral de desbarajuste climático.
En lo nacional es dolorosa nuestra ceguera sin sentido para no aprender, luego de 200 años de violencia, que la verdadera paz solo se logrará con dos simples acciones: primero debemos acabar la desigualdad y la injusticia que condicionan el levantamiento de unos pocos; segundo, el Estado debe ser autoridad y garantizar presencia real y eficaz en todo el territorio y no solo en un cómodo, centrista y exiguo pedazo de tierra.
En lo local el sentido común nos debiera permitir ver lo que la realidad nos ha demostrado, dolorosa y objetivamente tras varios decenios de elecciones absurdas. Esto es que, la dedocracia fue mucho más eficiente e inteligente que la democracia. Que esta última nos generó gravísimos problemas al escoger alcaldes efímeros, sin visión de estadistas, cortoplacistas, que empeñaron nuestro futuro en beneficio exclusivo de su presente y en contubernio con una clase dirigente que, con contadas excepciones, se regodea y se conforma al ser comprada por míseras monedas.
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