Hubo una vez un rey que era muy juicioso y mesurado pero tenía un gran defecto, le preocupaba su apariencia en demasía. Un día se le acercaron un par de avispados a decirle que podían confeccionar la tela más hermosa, suave y delicada del mundo. El vestido era tan especial que era invisible para estúpidos e incapaces. Para fabricarla requerían los materiales más costosos. El rey ordenó confeccionarla y para ello proveyó las más valiosas joyas. Luego de un tiempo los embaucadores anunciaron que la prenda estaba confeccionada.
Todo el reino estaba enterado de la existencia del atuendo y de su especial característica. Todos deseaban comprobar quiénes eran los estúpidos. Llego el día y los dos bribones vistieron al rey con la inexistente prenda. El rey, rumiando en silencio su estupidez, salió desnudo en un impresionante desfile por las atestadas calles del reino. Todos a una alabaron el traje, temerosos de que se hiciera evidente su crasa incapacidad. Hasta que un niño dijo lo que todos en silencio gritaban: “¡pero si va desnudo!”. Solo entonces el reino entero, y su rey, reconocieron su absurda estupidez.
Lo anterior es un burdo resumen de la hermosa fábula de Hans Christian Andersen: “El traje nuevo del emperador” o “El rey desnudo”. Es una ruda metáfora con varias lecciones, una de ellas es que “no tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad”, especialmente cuando asumimos con ignorancia colectiva una miopía mental.
Tengo para mí que, en Colombia, usamos vestidos para aparentar lo que pretendemos ser y que nos desnuda en nuestra crasa estupidez: todos los partidos han disfrazado de auxilios parlamentarios, partidas de inversión, mermelada, etc., el vulgar desnudo de la corrupción; corrupta e inepta burocracia que se viste de crisis financiera para luego pretender recuperarse con el fácil vestido de más impuestos temporales que se vuelven eternos; reyezuelos sempiternos camuflados de expresidentes; criminales vestidos de guerrilleros, narcotraficantes disfrazados de insurgentes que pretenden luego quedar vestidos de oposición; pero, también, democracia que no permite oposición y la viste de guerrilla o, peor aún, camufla campesinos como falsos positivos para luego desnudarlos en ataúdes de caoba; o válidas protestas estudiantiles vestidas injustamente de criminales trifulcas; genocidios de partidos de izquierda disfrazados de simples crímenes o asesinatos en serie de líderes gremiales, camuflados de vulgares reyertas maritales; el honorable uniforme de la autoridad y la fuerza pública es desnudado por el irrespeto de unos cuantos; más doloroso aún cuando el único vestido que nos une, cada cuatro años, es el de un equipo de fútbol en una fiebre mundialista mientras nuestra democracia queda desnudada con el vestido que más la representa, la intolerancia.
“...todos los partidos han disfrazado de auxilios parlamentarios, partidas de inversión, mermelada, etc., el vulgar desnudo de la corrupción (...)”
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