Columna


Realidad empresarial

JORGE RUMIÉ

28 de septiembre de 2018 12:00 AM

La productividad empresarial y el crecimiento económico tienen angustiado por igual a gobernantes y gremios de la producción en el país. Las cifras indicadoras nos recuerdan – por ejemplo- la mortandad de peces que aparecen cada tanto en la ciénaga de la Virgen en Cartagena: se cuentan por miles. Según el programa “Colombia Productiva”, en el país se abrieron 323.200 unidades productivas en el 2017, mientras unas 154.300 se cerraron por diferentes motivos. Es decir, nuestra tasa de mortandad empresarial anual es del 50%, lo que representa una tragedia social y emocional para miles de familias.

No hay nada más lúgubre y frío que una estadística pública. Es que estamos hablando de 154.000 sueños truncados, ahorros perdidos, deudas acumuladas, familias afectadas, ilusiones castradas. Y por ahí mismo nos debe quedar claro que el mundo empresarial no es fácil, y jugar a hacer negocios es una actividad donde el 50% de los participantes se ahoga en su intento, mientras otro tanto se mantiene sobreviviendo entre las acrobacias angustiosas del punto de equilibrio y unos pocos son los que obtienen ganancias y recuperan su inversión.

Como si lo anterior fuera poco, súmale a mi historia el que en Colombia existe la figura tributaria de la “renta presuntiva”, la que te obliga a pagar impuesto de renta, independientemente de la pérdida monetaria que tengas. Como quien dice, estimado lector, en nuestro país se “presume” que debiste ganar dinero, aunque certifiques bajo juramento que lo perdiste. Es como si te dijeran: “Estimado empresario, qué pena, sabemos que estás perdiendo hasta los calzoncillos, sin embargo, aquí estamos para terminar de liquidarte o para que te declares insolvente según la ley”.

En resumen, para aquellos que no lo tienen claro, un empresario (independientemente del tamaño de su empresa) es aquella persona que comparte sus logros y beneficios con todos los actores que participan en la actividad económica del país (léase empleados, comunidad, gobierno, etc.), pero a la hora de contar pérdidas y cerrar sus empresas, son ellos – solitos – los que asumen su descalabro. Digo lo anterior no para apiadarse de ellos, sino para que entendamos - por fin- el papel tan fundamental que juegan en el progreso de una nación.

Tenemos demasiada gente en el país pensando o imaginando que el dinero que mueve a la economía y al sector público, proviene de un árbol metafísico que escupe billetes con el aplauso de la ignorancia. 

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