Columna


“Quiero llorar”: indefensos ante el ciberterrorismo

RICARDO TROTTI

27 de mayo de 2017 12:00 AM

Las armas cibernéticas hace tiempo que se han convertido en más peligrosas que las convencionales. Esta percepción se potenció tras el reciente ataque con el virus WannaCry, que infectó a más de 300 mil ordenadores en 150 países, con un ingrediente aún más perturbador.

A diferencia de las guerras convencionales, en las que las víctimas civiles solo pueden ser resultado del daño colateral pero nunca el blanco directo, el virus WannaCry atacó computadoras de usuarios civiles.

Los civiles siempre sufrimos los efectos de los ataques cibernéticos, pero indirectamente y no de esta magnitud. El WannaCry (quiero llorar) y el gusano ransomware (liberación del secuestro virtual mediante pago con bitcoins) desnudaron nuestra vulnerabilidad digital individual. Nos imponen más dudas sobre el internet que se avecina, el de las cosas, cuando todos nuestros utensilios, vestimenta, auto y billetera estén interconectados e inseguros.

No se sabe a ciencia cierta si el cibervirus fue propagado por hackers-terroristas independientes o si fue un test de rusos y coreanos para medir resultados. Pero ahora el quiénes no es tan importante como el cómo. Según la evidencia, los cibercriminales habrían obtenido los ingredientes para crear el WannaCry tras una fuga de información desde la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU.

El WannaCry aporta varias lecciones. La más educativa es que la protección digital es una tarea individual. Los expertos recomiendan crear un micro clima digital seguro. Actualizar los sistemas operativos cada vez que los fabricantes lo aconsejen; hacer ‘backups’ periódicos de todos los contenidos en discos externos; sospechar de todos los adjuntos; comprar los mejores antivirus y nunca bajar la guardia.

Los gobiernos tienen mayores desafíos. Los más desarrollados si bien crean sofisticados sistemas de protección, hasta para espiar y desencriptar conversaciones y mensajes de telefonía móvil, muchas veces esos sistemas se convierten en su talón de Aquiles, ya que terminan en manos de los cibercriminales.

Esa connivencia entre gobiernos y cibercrimen organizado, seguramente involuntaria pero peligrosa al fin, es lo que el presidente de Microsoft, Brad Smith, definió como la mayor amenaza a la ciber seguridad mundial. Por ello cree que llegó la hora de concertar una especie de Convención de Ginebra Digital que, así como el tratado original, proteja a los civiles como ocurre ante una guerra con armas convencionales.

Tiene sentido una Convención que imponga restricciones a los gobiernos para que no se vulneren los derechos digitales de los civiles, aunque también deben crearse mejores escudos para repeler los ataques de los ciberterroristas. Ante ello, y sin muchas opciones por ahora, lo más aconsejable es empezar por apertrecharse en lo individual.

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trottiart@gmail.com

 

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