Columna


¿Qué vamos a hacer?

LUIS ALBERTO PERCY

30 de agosto de 2018 12:00 AM

Desde hace más de un año en las capitales y pueblos de la costa se ha visto un gran número de personas provenientes de Venezuela. Ellos han decidido migrar hacia Colombia debido a la dura situación económica y social que enfrenta el vecino país. La misma situación se presenta en todas las capitales de la frontera como Bucaramanga y Cúcuta y en los municipios de los departamentos de Santander y Norte de Santander. Situaciones similares se observan donde nuestros vecinos ecuatorianos y brasileños y pareciera que la crisis humanitaria derivada de la migración de venezolanos compromete también al Perú.

Colombia se ha convertido en un sitio a donde migrar, pero también en un sitio de tránsito para llegar a otros países de centro y sur América. Esta crisis que pareciera no se ha dimensionado, cada día crece y ya está afectando a las ciudades que reciben a los migrantes desde el punto de vista económico y social. 

Si uno mira qué medidas se están tomando para enfrentarla y para poder desde el punto de vista humanitario ayudar a estas miles de personas que cada día se ven obligadas a pasar de manera legal o ilegal a Colombia, pareciera que las medidas se han quedado en pañales. En las carreteras, los parques y las avenidas de las principales capitales de frontera y de los departamentos de la costa Atlántica cada día se ven a centenares de venezolanos en espera de ayuda humanitaria. Sin embargo, estas ciudades no tienen la capacidad para solventar una migración de la magnitud de la que se está viviendo.

Los hermanos venezolanos están pasando días muy duros a causa de la desatención a la que se ven enfrentados en Colombia. Muchos de ellos vienen enfermos, sin un control médico adecuado, con desnutrición y sin un plan de vida claro. Salieron de su país y se encontraron con una Colombia que, si bien en el papel los acoge, no les garantiza unas condiciones mínimas de bienestar para poder vivir. 

¿Cómo hacerlo si no somos capaces en muchos casos de garantizarlas para los propios colombianos? ¿Cómo garantizar en Cartagena, por ejemplo, las condiciones mínimas de techo, trabajo, salud y alimentación para esta población, si ni siquiera hemos podido enfrentar desde hace muchos años la crisis social de los habitantes locales? ¿Cómo garantizarles atención médica si en la ciudad hay un déficit de camas cercano a las mil y los indicadores de salud para los cartageneros distan mucho de los que esperaríamos tener?

A propósito del tema de salud, la situación es particularmente preocupante, los hospitales y centros de salud están atendiendo un número enorme de hermanos venezolanos, en muchos casos con dolencias crónicas, mal manejadas y con unas necesidades de atención inmediatas que no cuentan con un financiador (llámese estado u otro organismo multilateral) que hasta ahora haga frente a sus necesidades en salud.

En los hospitales colombianos ya se están atendiendo pacientes venezolanos con enfermedades de muy alto costo como el cáncer, enfermedades renales, enfermedades crónicas y enfermedades que requieren que se tenga un presupuesto específico para esa atención. 

En Cartagena, se sabe de buena fuente, que lo que se ha girado para la atención de estos pacientes es insuficiente y que hospitales como la Maternidad Rafael Calvo, el Universitario del Caribe y la Casa del Niño se están asfixiando por los gastos generados por la atención de estos pacientes.
Las cifras son alarmantes, en sólo uno de estos hospitales, el número de pacientes atendidos comparando el primer semestre del 2017 con el primer semestre del 2018 aumentó por encima de un 450 por ciento, en este hospital, del valor total de las atenciones a pacientes cobijados por la Secretaría de Salud,  más del 80% corresponde a pacientes venezolanos.

Al problema de financiamiento de estas atenciones se suma otro que pone en riesgo a la población local y es el de salud pública, los recientes brotes de sarampión, por ejemplo, están relacionados con pacientes que no tienen una cobertura de vacunación adecuada, que se mantienen en muchos casos en condiciones de hacinamiento y que su enfermedad se puede empeorar de manera dramática por sus condiciones nutricionales.

Por último, un tema delicado y que hay que mirar con mucho cuidado, está el número de jóvenes venezolanas que últimamente se han relacionado con los escándalos de proxenetismo y prostitución en cartagena, esta es una realidad que hay que enfrentar y que es producto en la gran mayoría de los casos de la escasez de oportunidades y del poder corruptor de las redes de prostitución que siguen funcionando a pesar del desmantelamiento reciente de algunas de ellas.

Con este drama definitivamente hay mucho por hacer, mucho por observar y mucho por qué preocuparse, pareciera que las acciones son lentas y poco contundentes, que los organismos estatales no han dimensionado el problema y lo que es peor, que las medidas para enfrentarlo van a tardar más de lo esperado, con un inmenso y comprometedor costo social y económico para todos.
 

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