Columna


¿Qué te ha dicho Gossain?

HENRY VERGARA SAGBINI

20 de agosto de 2018 12:00 AM

De madrugada, mi padre, don Rafael Antonio Vergara González, llamó telefónicamente pidiendo que me trasladara  a su residencia en el término de la distancia.

Para mi tranquilidad lo encontré dándose “jonda” en su mecedora de perpetuo jubilado, mientras escuchaba “La Brasilera” y “Tristezas del alma.”

- ¿Qué te pasa, Viejo?-. -A mí nada, pero al español le ocurre algo muy grave: descubrí que le falta una importantísima palabra: resulta que cuando se muere el esposo la llamamos “viuda” o “viudo” si es ella la difunta. Y si a un niño le fallece el padre o la madre le dirán “huérfano” de padre o de madre. Pero, ¿cómo se denomina a la madre o al padre a quienes se les muere un hijo? ¡Esa palabra no existe!  Y sí que la necesitamos urgentemente en este país, repleto de fieras, buitres y alacranes, donde no son los hijos o los nietos  los que acompañan a sus padres y abuelos al cementerio, ¡son las madres, los padres y los abuelos, quienes  sepultan  a sus hijos y a sus nietos!-. El Viejo Rafa, hombre de puertas abiertas y mesa familiar siempre dispuesta, condiscípulo de Escalona en el Liceo Celedón, era un observador punzante que  jamás tragaba entero. Ahora sus palabras iban mucho más allá de una estéril  observación gramatical y me pidió   llevarlas a oídos de don Juan Gossain, a quien consideraba el más serio y profundo conocedor del castellano.

Y así fue: cada vez que me encontraba al personaje, se conmovía frente al  déficit lingüístico,  prometiendo, solemnemente, indagar en las entrañas de idiomas vigentes  y hasta en las “lenguas muertas”, pero   jamás encontró vestigios de la extraviada palabra.

-Me rajó don Rafa- exclamó un día, decidido a tirar la toalla. Sin embargo, el Viejo continuó preguntándome insistentemente: -Mijo, ¿qué te ha dicho Gossain?-.  Después supe que, secretamente, cambió de estrategia y, con su impecable pinta de sonero cubano, su perseverancia y cortesía  sabanera, decidió, personalmente,  continuar la inútil  cacería del afamado periodista, frente a los estudios de RCN hasta cuando, en tiempos del presidente Uribe, súbitamente, millones de oyentes incluyendo a mi padre, quedaron huérfanos de su luz y su ronquera.

El pasado 7 de agosto, dejando un profundo vacío, don Rafa se marchó para siempre y sé que, acomodado ahora en su mecedora de eternidades, continuará saboreando porros y vallenatos, esculcando gazapos en los libros de Gabo, y buscando al esquivo sustantivo de ese dolor infinito que no tiene nombre. 

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