Columna


Prohibido prohibir

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

22 de septiembre de 2018 12:00 AM

Cincuenta años cumplió ese movimiento estudiantil que muchos consideraron preludio de revolución, pero más que todo fue consagración clamorosa de una lucha en favor de una libertad más amplia.

A muchos nos sedujo el “prohibido prohibir”, que implicaba menos leyes y mejor gobierno.

Con las distorsiones que el tiempo suele traer, la libertad erótica ha caído ante los poderes del dinero y la publicidad, y algo peor: el dinero ha corrompido hasta la libertad.

Se ha dicho que la pornografía que ha acompañado a todas las sociedades, incluso a las primitivas, es la contrapartida natural de las restricciones y prohibiciones que caracterizan los códigos. En cuanto a la prostitución, es tan antigua como las primeras ciudades, y si se dice que es el oficio más antiguo, también estuvo asociado a los templos. Así pues, no es nueva la conexión entre pornografía, prostitución y lucro. Las imágenes y los cuerpos, por desgracia, han sido siempre, y en todas partes, objetos de comercio.

Pero se suponía que la libertad sexual acabaría por suprimir tanto el comercio de cuerpos, como el de las imágenes eróticas. Ha ocurrido precisamente lo contrario: la sociedad capitalista democrática ha aplicado las leyes del mercado y la técnica de la producción en masa a la vida erótica. La ha degradado. Sobre la repugnante “operación” aldeana de la Madame, su éxito incipiente escandaliza. Resulta extraño que en una época en que se habla con pasión de los derechos humanos, se permita el alquiler y la venta, como señuelos comerciales, de imágenes del  cuerpo humano para su exhibición, sin excluir las partes más íntimas.

Sin pujitos moralistas rechazamos que se acepte esa práctica universal, admitida por todos sin que nadie se preocupe. Nuestros resortes morales se han entumecido.
La modernidad desacralizó el cuerpo y la publicidad lo ha utilizado como instrumento de propaganda. El capitalismo ha convertido a Eros en empleado del mercado. A la degradación de la imagen hay que añadir la servidumbre sexual. Sade había soñado con una sociedad de leyes débiles y pasiones fuertes, donde el único derecho sería el derecho al placer. Nunca se imaginó que el comercio suplantaría a la filosofía libertina, y el placer se haría una industria sin chimeneas.

Antes pornografía y prostitución eran actividades artesanales en la aldea, hoy son parte importante de la economía de consumo. Lo peor no es que a nadie alarme que existan, sino el carácter y la dimensión que han adquirido. Por otra parte han dejado de ser transgresiones, cuando las aulas pueden utilizarse para el sexo sin sanción alguna, costumbres que pronto alcanzarán recintos de altas Cortes y templos de sacras creencias y exigentes conductas.

Para protestar por este delicado asunto no es indispensable mostrar célibe conducta, ni aburridos antecedentes de mamasantería.

“Sin pujitos moralistas rechazamos que se acepte esa práctica universal, admitida por todos sin que nadie se preocupe”.

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