Hay un estudio interesantísimo de Jhorland Ayala y Adolfo Meisel (“La exclusión en los tiempos del auge: El caso de Cartagena”), que se pregunta cómo es posible que existiendo un crecimiento y un dinamismo tan importante en Cartagena en sectores como el industrial, turístico y portuario, pueda existir paralelamente un rezago tan dramático en pobreza. Y los autores señalan que Cartagena tiene el tercer mejor “valor agregado por habitante” de las ciudades principales colombianas. Paradójicamente, en la esquina opuesta del progreso económico, ostenta el segundo puesto en pobreza monetaria y de exclusión social. Como quien dice, la pregunta del millón: ¿por qué somos tan pobres, si somos tan ricos?
Pues bien, aceptando las limitaciones de espacio, opinaré: 1) Lo primero es que el indicador “valor agregado” tiene su sesgo como medida de riqueza, porque al final asume que toda las empresas importantes de la ciudad son de inversionistas locales, lo que en la práctica no es cierto. En nuestro caso el fenómeno es alarmante porque casi ninguna grande es de aquí. Entonces, no hay tanta riqueza nativa como se piensa.
2) Ahora bien, lo que sí debemos aceptar es que la gran mayoría de esas empresas públicas y privadas importantes que están en la ciudad, sí pagan sus tributos municipales aquí, significando que la alcaldía tuvo - léase bien - del presupuesto público suficiente como para lograr un mejor desempeño en reducir la pobreza. ¿Y por qué no lo hizo? Bueno, porque en general fracasamos con el modelo de descentralización política y administrativa que se impulsó con la reforma de 1986 y subsiguientes. Lo que para otras ciudades fue una oportunidad histórica, para Cartagena no fue así. Pero por qué nuevamente? Hombre, producto del punto anterior. Como todo está interrelacionado, nos ha resultado muy difícil consolidar una sociedad civil y unos liderazgos locales como para haber creado los contrapesos al “modelo político extractivo” que históricamente se consolidó.
3) Basados en lo anterior, pues era obvio que pariéramos una institucionalidad pública ineficiente y burocratizada más diseñada para “extraer” que para gobernar. Y por allí se nos vino la tierra fértil para que la informalidad explotara en toda su dimensión. Es decir, además de nuestra pobreza, atrajimos la de otras tierras. Ya eso es voz populi: aquí cualquiera viene y hace lo que le viene en gana. Y no hay cama pa’ tanta gente.
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