Columna


Ojos viendo pasar el mundo

CRISTO GARCÍA TAPIA

16 de noviembre de 2017 12:00 AM

Temeroso de quedarme ciego, abrumado por tanta luz hechiza y difusa oscureciendo el mundo, decidido a no dejarme tragar por las tinieblas, escribo con mis ojos para otros ojos, otras miradas, cuanto mis ojos alcanzan a percibir del mundo, de su fervoroso tránsito por nosotros.

O, desde nosotros, por los otros. Y por los de más allá de este y otros mundos, universos paralelos o discontinuos, que ven los otros, y yo desde ellos con mis ojos transmutados en energía, en esferas concéntricas expandiéndose, ad infinitum, por obra y gracia del primero y más estrepitoso bramido que la materia haya prorrumpido jamás en su alucinante génesis.

Desde otros ojos, por siempre o alguna vez míos, nunca prestados, sí poseídos, veo pasar por los de mi madre el sol de Nikitao, los huracanes de agosto, sucesivas lunas, redondas y rojizas, ardiendo en los techos de la infancia.

Y por los de mi padre, sucumbiendo en la incertidumbre del surco y la labranza, me veo pasar por mis sudores de jornalero precoz desde el alba hasta el ocaso; veo pasar a mi hermano Jorge Efraín en la espesura del barbecho acuñando con su machete y sus brazos imberbes las pocas, escasas, monedas del jornal de todos los días que fueron su vida.

Tus ojos, Jorge Efraín, mirándome intactos con el azul de la infancia desde la rotunda indefensión pendiendo de la cuerda elegida otra tarde de indefinible aire, de anticipados cantos funerales.

Desde los ojos verdemares de mis hermanas, humeante veo pasar la candela de marzo que nos servía mamá en el alto mediodía de la escasez. A pan recién horneado sabía aquel fuego de dulce sabor, que saciaba nuestro amaestrado apetito y nutría hasta el goce nuestras almas.

Por los ojos de pájaros remotos veo pasar tupidos bosques, el invierno que provoca su éxodo de plumas y cantos hacia el sur; la nieve triste de Estambul, su melodía de poesía callejera y brevedad; los trenes de Bosconia sestear bajo su propia herrumbre en los cardonales del desierto; veo en el atardecer de Central Park una rama de pino ondear, sigilosos amantes que aguardan la luna en sus senderos.

Apagados ya, tristes, pasan los ojos de Anna diciendo adiós a los atardeceres que precedían sus pasos, al sabor de pomarrosa de sus pezones suavemente mordidos.

Y toda tú, tiempo en pasado aconteciendo, asomas por mis ojos y ocupas un lugar en el poema: tus senos son dístico, paralelas circulares, ineludible geometría, excitante rima entre mi boca, fruta en sazón al despuntar el alba, lluvia en estampida por la tarde y por la noche, almendra despojada de su cáscara.

Ven mis ojos pasar y sentir la levedad: olor de lluvia levantando vapores/. Rocío de la hierba en la aridez de marzo/. Alba en las pupilas/.

 

 

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