Columna


No hay motivo para fiesta

RAFAEL NIETO LOAIZA

22 de julio de 2018 12:00 AM

Son ocurrentes los insultos, las trompadas, algún intento de golpe de Estado, incluso asesinatos, como el de Julio César a manos de Bruto y otros senadores romanos. Pero nunca se había sabido de un congresista que se bajara los pantalones en un recinto parlamentario. Quizás por eso fuera inevitable que la atención se centrara en el trasero de Antanas Mockus. Pero no por único es menos desafortunado.

Lo de Mockus es patético. No hubo en su gesto un ”acto simbólico”. Fue pura vulgaridad, patanería, ordinariez. Es verdad que Antanas ha sido un hombre inclinado al exhibicionismo, a payasear, deseoso siempre de llamar la atención. Pero en esta ocasión la falta de pudor, de vergüenza propia, no tiene parangón. Fue una falta de respeto a sus colegas y al recinto y, sobre todo, a sí mismo. No hubo tampoco acá pedagogía alguna. Excepto el trasero mismo, no enseñó nada distinto que su incapacidad de comunicarse racionalmente y su grosería. Por el bien de Colombia, confío en que nuestros jóvenes no aprendan de tan mal ejemplo.

En un aparente intento por minimizar la conducta del exalcalde, se dijo que ”(...) es un irrespeto mayor saber que tantos corruptos han llegado a una curul en ese recinto”. Primero, que haya habido corruptos y parapolíticos en el Congreso no explica, exculpa o justifica la grosería de Mockus. Después, a muchos de esos bandidos la justicia los sancionó. En cambio, ahora diez criminales de guerra y de lesa humanidad ya no solo visitan el Congreso, sino que ocupan, orondos, sillas de parlamentarios.

Y eso es tal vez lo peor del affaire Mockus: distrajo la atención de la presencia de los criminales. Los santistas y la izquierda celebran “el salto de las montañas al Congreso, de la guerra a la política”. Yo celebro que hayan dejado de matar. Pero en una sociedad de centeno no puede haber fiesta en que los asesinos, además impunes, sean senadores y representantes sin haber pagado por sus crímenes, sin haber reparado a sus víctimas, sin haber contado la verdad, sin haber colaborado con las autoridades para desmontar las organizaciones criminales que los apoyaban, sin haber entregado todas sus fortunas mal habidas.

Ahí no puede haber celebración alguna sino, muy por el contrario, tristeza profunda.

Y si, para rematar, los asesinos son congresistas sin haber sido elegidos, sin tener los votos, sin contar con al menos algo de apoyo popular, no solo debe haber desconsuelo, sino frustración y rabia.

Que Santos haya claudicado, se haya rendido, haya regalado esas curules, es un batracio gigantesco que, tras robarnos el plebiscito y violar los principios básicos de la democracia, nos ha obligado a tragar.

¡Pero, por favor, no nos pidan que hagamos fiesta!

*Abogado y analista político

 

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