Columna


Ni uno más

LUIS ALBERTO PERCY

11 de enero de 2018 12:00 AM

Al inicio del año generalmente las columnas son optimistas, positivas y llenas de buenos deseos, al menos esos eran los temas que teníamos contemplados en esta semana. No obstante, un hecho desafortunado nos hizo replantearlo y rápidamente volver a la cruda realidad de las situaciones que a diario vivimos. Se trata del desafortunado deceso de Maria Camila, una niña de siete años que murió en una unidad de cuidados intensivos de la ciudad, víctima de una bala perdida en una riña callejera.

Este hecho que no es anecdótico, refleja la situación a la que se ve expuesta día a día la infancia en Cartagena. Los niños están allí, tranquilos, serenos, presentes, ellos son observadores pasivos de una realidad que se vive todos los días en Cartagena: la violencia generalizada en los barrios de la ciudad, donde las fronteras invisibles demarcan zonas vedadas para muchos y son el reflejo de la lucha por el dominio territorial necesario para mantener nefastas actividades como el microtráfico, el hurto, la prostitución y un sinnúmero de otras que atentan directamente contra nuestra sociedad.

Esta violencia que se vive en las calles de los barrios, repercute de manera directa en los servicios de salud y genera situaciones por demás alarmantes. En el servicio de urgencias de la Casa del Niño, el único hospital pediátrico de la ciudad y la región, los perfiles de morbilidad han cambiado de manera dramática en los últimos años, asociados a una nueva y peligrosa causa de consulta: la violencia social.

Cada vez es más frecuente encontrar niños y adolescentes víctimas de esta violencia. Las lesiones asociadas a traumas por arma blanca, arma de fuego u objetos contundentes, peligrosamente han desplazado a otras causas de consulta frecuente y se sitúan dentro de los principales motivos de atención.

El pandillismo en Cartagena se está incrementando, nuestros niños conviven a diario con él y no hay datos exactos de cuántos de ellos hacen parte de estos grupos. Lo más delicado de esta situación es que no sabemos cuántos en el corto plazo engrosaran las filas de los mismos, perpetuando e incrementando este carrusel de violencia.

Nuestra ciudad fue mencionada el año pasado como una de las ciudades del país con mayor número de pandillas, se calcula que existen alrededor de 34 y están presentes en al menos veinte barrios de estratos 1 y 2, ubicados en la zona suroriental, donde el acceso a servicios básicos, a educación y a centros de salud es difícil.

Los cartageneros estamos viendo crecer un gran monstruo de mil cabezas que se multiplica rápidamente en nuestros barrios y no estamos preparados para enfrentarlo. Nos hemos enfocado en acciones correctivas y cortoplacistas para apagar incendios y no nos hemos enfocado en el origen de la causa del conflicto social. En este momento hay una población de niños que hay que proteger y es nuestro compromiso evitarles que lleguen a engrosar las filas de las pandillas o de los grupos al margen de la ley.

Ojalá rápidamente podamos estructurar un gran Observatorio para la Infancia donde estos temas de ciudad y región se puedan estudiar y se pueda concretar un plan de acción para los años venideros.

No podemos permanecer impávidos ante esta situación, de nosotros depende el futuro de nuestra infancia.  No podemos seguir viendo cómo casos como el de Maria Camila se siguen presentando y cómo siguen muriendo nuestros niños en medio del fuego cruzado.

 

 

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