Solemos reconocer a los demás autoridad en otros asuntos importantes: teología, historia, física cuántica, economía, pero cuando se trata del amor y en especial del sexo creemos saber de sobra. Cada quien tiene una teoría, una técnica y conceptos enjundiosos sobre este asunto. No es necesario tener mucho equipaje libresco, la experiencia supera la limitación.
Afloran observaciones milenarias que ayudan. Sorprende que hasta el más palurdo exponga sabias interpretaciones y argumentos. Es incalculable la influencia de elementos de antigua filosofía en todos los estratos de la humanidad. Vemos cómo gentes sin formación usan, con limitaciones de lenguaje y sin saber su origen, luces de Platón, pensamientos de Aristóteles, así como inspirados consejos de Ovidio en su ‘Arte de amar’.
Parece que fue Platón quien conectó para siempre amor y belleza. Solo que para él la belleza no significaba la armonía de un cuerpo, ni lo angelical de un rostro, sino que era el nombre de toda perfección. La forma en que a los ojos griegos se presentaba la harmonía. Todavía Keats no había dicho: “La belleza es verdad, y la verdad, belleza”.
Si es una tontería decir que el verdadero amor del hombre a la mujer, y viceversa, no tiene nada de sexual, es otra tontería creer que el amor es solo sexualidad.
También se ha dicho que amar es sufrir, Ortega y Gasset sostenía que el amor se medía por la capacidad de sufrir por alguien.
El amor vive del detalle, pero el instinto se despierta ante los conjuros. Sabios y “mundólogos” afirman que la belleza que atrae, rara vez coincide con la belleza que enamora. Porque el amor se alimenta continuamente, se embebe de pasiones y sueños, sin causa ni razón. Es tan maravilloso el amor, que “te amo” hay que decirlo y oírlo repetidamente.
Pitigrilli destacaba el amor de las feas, Jardiel Poncela el síndrome de las súper hembras: desconcierta que de las mujeres más bellas no se enamoran tanto los hombres. En toda sociedad existen “bellezas oficiales”, que la gente señala como si fuesen monumentos públicos.
Esculturas ambulantes. Pues bien; con frecuencia no va a ellas el fervor íntimo de los varones. Esa belleza es tan resueltamente estética, que convierte a la mujer en objeto artístico. Se le admira, sentimiento que implica lejanía. El deseo de proximidad, que es la avanzada del amor, se hace imposible. Contigo en la distancia apenas es un bolero.
Al hombre “normal” le “gustan” casi todas. Esto sirve para destacar el carácter de la elección que posee el amor. La atracción viene a ser como la llamada que el instinto hace al centro de nuestra personalidad.
El instinto impulsa a absorber el objeto, en el amor somos los absorbidos. En el apetito no hay entrega, a lo sumo captura y disfrute del objeto.
¡Que vaina, de esto nadie sabe!
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