La prueba de que la Navidad perdió su significado religioso y se estacionó en el enorme parqueadero del mercado, es que, desde finales de octubre y principios de noviembre, aparecen sus símbolos en los centros comerciales. Durante casi dos meses, la oferta de regalos navideños irá en aumento hasta alcanzar la parafernalia de las segunda y tercera semanas de diciembre.
En el momento en que escribo esta nota, escucho el comercial de una cadena radial, con aires de villancico, que anticipa las felicitaciones deseando paz y prosperidad. En realidad, el anuncio es más sencillo y vulgar: compre ahora, que si espera, no va a encontrar nada o va a tener que comprar en medio de la muchedumbre y más caro.
Dos meses de promoción comercial anticipan un mayor volumen de ventas. Dos meses de martilleo sistemático de publicidad tienen un efecto contagioso en el primer sujeto de mercado de estas fiestas: los niños. El producto anunciado por televisión y otros medios, visto una y otra vez por sus consumidores potenciales, exhibido en vitrinas, rodeado por música y símbolos navideños, se convertirá en necesidad.
Así opera la publicidad: como una fábrica de deseos. De allí su importancia en estas y otras celebraciones: días del amor y la amistad, días de la madre y del padre, días de la secretaria. Como en las fiestas patrias no hay nada que regalar, perdieron interés. Pero hay días para todo. El número de celebraciones con un día asignado en el calendario parecen el invento diabólico del comercio.
En esta portentosa fabricación de deseos, con su debido acoso publicitario, el consumo masivo trae inmensas ganancias económicas. En este mundo se inscribieron muchas fiestas religiosas, perdiendo así su sentido original. Nada que hacer. Habrá que darle la vuelta al mundo y cambiar los hábitos de la gente para volver a la época en que la sencillez de los símbolos era tan sagrada como la fraterna intimidad de las celebraciones.
Los instrumentos de la publicidad son legales pero fraudulentos. Por eso han sido adoptados por la política y los políticos. Hoy es más importante tener un hábil publicista en la nómina que un buen secretario de Obras Públicas. La mediocridad del gobernante es encubierta por la promoción publicitaria.
No debo de ser el único que detesta la llegada de fiestas que tuvieron en la infancia un significado entrañable. Me gustaría largarme a la más remota aldea del mundo, pero temo que alguien tenga allá un televisor satelital. No es justo que le amarguen a uno la vida desde octubre hasta el 6 de enero. Ese día, en algunos países, se venden los saldos de la temporada. En eso acaban las fiestas: en una rebatiña de rebajas.
*Escritor
ocollazos@costa.net.co
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