Columna


Manos simbólicas

RODOLFO SEGOVIA

02 de septiembre de 2017 12:00 AM

Las manos son simbólicas desde el principio de los tiempos y la derecha predomina sobre la izquierda. La razón parece ser fisiológica y genética: “Somos derechos de la mano, porque somos izquierdos del cerebro”, que al desarrollar el lóbulo para hablar llevó a la destreza, a la superioridad de la diestra, así alrededor del 10 % de los humanos sean naturalmente zurdos y corran, por lo tanto, la suerte de la minorías. En las pinturas rupestres, las armas se llevan con la derecha. Los monos, que no hablan, no comparten la asimetría.

Más cerca del presente, las prostitutas hindúes o dasis se dividían entre las de la “mano derecha” para los brahmanes y las de la “mano izquierda” que no tenían restricciones. En los pueblos del África ecuatorial, se cocina y se come con la derecha y a la mujer que prepare alimentos con la izquierda se le acusa de bruja que quiere envenenar los alimentos. Los romanos apoyaban el codo izquierdo en el diván y sostenían el plato con la izquierda, mientras comían con la derecha. Saludar con la zurda era un insulto.

Desde antes de Mahoma, los pueblos árabes preferían la derecha. El Corán codificó la inclinación. El lado propicio está a la derecha. Es el lado de Alá y su Profeta. La izquierda es desfavorable y servil. Y a quién se le ocurre que Jesucristo pueda sentarse en lugar distinto al de la diestra de Dios Padre. Lucifer está siempre a la izquierda en toda representación iconográfica. La derecha es la mano para bendecir, y ser la mano derecha del gobernante es ser su mayor apoyo. La izquierda es lerda. Sirve de complemento, pero no para liderar. Por eso arruina el día el levantarse con el pie izquierdo.
Hasta en la antípodas, entre los maoríes, el lado derecho es la vida, la fuerza, mientras el izquierdo es la miseria y la muerte. Siniestro viene de siniestra, que llega del latín sinister, zurdo o funesto. Ambidextro es ser hábil con ambas manos, en tanto que  su antónimo, ambisiniestro, es ser torpe con ambas.

En la dinámica de la Revolución Francesa, el 6 de octubre de 1789, una variopinta multitud forzó trasladar a Luis XVI de Versalles a su palacio parisino de las Tullerías.

En el hemiciclo del teatro del palacio continuó reuniéndose la que era ya una Asamblea revolucionaria. A la derecha de la presidencia se sentaron los partidarios moderados de una monarquía constitucional y a la izquierda los radicales de una república sin rey, los contestatarios hasta el día de hoy. Ninguna democracia se ha librado de esa distribución espacial.

Se oyen llamados para abolir ese legado de la Revolución Francesa. Sus oposiciones, dicen, se han desdibujado; la distribución en hemiciclo de las ideas políticas es obsoleta. Imaginan la distribución de pareceres en el espacio-tiempo, para que todo el mundo pueda estar en todas partes. Son las distorsiones que produce el exceso de paz.

Elucubraciones ideológicas nunca se le ocurrirían al unidireccional don Sancho Jimeno, el héroe de Bocachica en 1697, pero por atavismo cultural, los hindúes, y tantos otros, comen con la mano derecha y lo contrario con la izquierda.

 

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