Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

18 de noviembre de 2018 12:04 AM

Cuando Colombia inició su descenso por el despeñadero de la corrupción, se expidieron leyes y se actualizaron códigos para salirle al paso a la venalidad oficial que cundía por donde metiéramos el ojo y las narices. Prohibiciones nuevas, inhabilidades e incompatibilidades salieron a relucir y creímos que aquellas novedades nos salvarían de la debacle que se avecinaba, como si el ingenio de los malandrines de cualquier color de cuello tuviera límites en la letra muerta de las normas inútiles.

Era indispensable, para alcanzar esos objetivos, perfeccionar la figura del conflicto de intereses, con la muy remota esperanza de garantizar la transparencia de quienes llegaran a todos los destinos de la función pública.

Un día de gracia, los medios de comunicación del país anunciaron la honrosa alianza del bufete de abogados de Néstor Humberto Martínez con otro español de similar importancia. Pero el doctor Sarmiento Angulo, jefe del conglomerado que utilizaba sus servicios profesionales, lo necesitaba en Palacio, y Santos le captó el deseo y lo nombró de superministro. Salió a flote el conflicto de intereses y Néstor Humberto se salió del vendaval mediático con una fórmula sencilla: llegado el momento me declaro impedido. Sin embargo, tuvo un traspié con un CONPES.

Fue muy permisivo el presidente Santos, y como no le bastó una permisividad nos restregó otra en la cara incluyendo a Martínez Neira en la terna para fiscal general. Allí está, porque a un candidato del Grupo Aval no se le derrota por antojo de periodistas, columnistas y críticos del Gobierno. En esto fue cómplice la Corte Suprema de Justicia.

Algún día tenía que explotar la bombita de tiempo, y fue en desarrollo de la investigación contra Odebrecht por el contrato Ruta del Sol II, sobre muchos de cuyos giros irregulares, según el ingeniero Pizano, la Fiscalía no ha dicho ni hecho nada. Tuvo el cuidado de pertrecharse (su arsenal era de 22 carpetas), pues en treinta años de amistad pudo conocer los acostumbrados malabares de Néstor Humberto, quien, a juicio de Pizano, lo tenía en el punto de mira porque no había podido imputarlo por el contrato Tunjuelo-Canoas.

Cuando se hace vida pública a ritmo de trapecio, o de equilibrista de cuerda, el menor descuido puede ser fatal. La controvertida alianza Odebrecht Corficolombiana, con impedimento y todo, y a falta de un fiscal ad hoc que desenredara los nudos de la red (nadie cree en la autonomía de los fiscales subalternos), le agrió la gestión a Martínez Neira. Falla elemental de un hombre con tantas agallas.

De este episodio, ya trágico, y luego de oír las grabaciones de Pizano a Martínez, me asalta la curiosidad de saber quién fue el profesor y quién el alumno de vocabulario selecto. Si Trump de Néstor Humberto o Néstor Humberto de Trump.

*Columnista

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