Dos siglos antes de alcanzar la corrupción los niveles que nos fastidiaron a los colombianos, el Libertador Bolívar, el pensador y el visionario, concibió el establecimiento de un Poder Moral que desinflara el malandrinaje por él presentido con acendrado patriotismo. Decidió jugársela por un cuarto tentáculo dentro del Estado de derecho o liberal que maduraba en mentes como la suya, la de Santander, la de Nariño y el resto del procerato criollo.
Bolívar llevó su iniciativa al Congreso de Angostura, obsesionado con la convicción de que estos países requerían luz y moral para estrenar libertad. De acuerdo con sus fines, un Areópago de dos Cámaras se encargaría de vigilar las costumbres públicas, revestidas ambas de la autoridad que fuere indispensable para que una educara y otra reprimiera el vicio. Habría coronas cívicas para los virtuosos y mazmorras para los transgresores.
Once millones setecientos mil Bolívares quisieron, en la jornada electoral del 26 de agosto, ponerle púas a la corrupción que nos asuela. Nada de areópago de ochenta cancerberos, ni de supercortes exóticas, pero sí un paquete de leyes ajustadas, por ahora, a la magnitud de los desenfrenos conocidos. Algo realista y justificativo del gasto de los $ 300.000 millones que criticaron adversarios sinceros y partidarios arrepentidos de la consulta.
Como a Duque le caló la idea para su Pacto de Unión, convocó a todo el espectro político para que las leyes convenidas entre izquierda, derecha, centro, verdes, polistas y místicos fluyeran con suerte distinta a la del proyecto de Bolívar en Angostura, que se lo rechazaron por impracticable, pese al entusiasmo con que insistió en que su Poder Moral podía condenar lo que las leyes no impedían por sí solas.
A la par de las disposiciones en camino, los funcionarios facultados para encanar runchos ¿serán como reproducciones maquilladas de Andrés Felipe Arias, el Ñoño Elías y Jorge Pretelt, ejemplares emblemáticos de la corruptela (uno por cada órgano del poder) que nos tiene botando llamas por las narices? Cuando la tela de donde cortar es abundante y viene de bien atrás, los obstáculos proliferan a lo largo de la travesía.
Preguntamos, entonces, ¿competiremos en candor los colombianos de hogaño con el caraqueño de antaño? ¿Se mantendrá lo acordado el 29 de agosto en Palacio? ¿O se proyectará la sombra de Angostura sobre nuestro Capitolio?
Dependerá de que la anunciada reforma a la Justicia combine un nuevo modelo de jurisdicciones con el rigor de los jueces y magistrados que se escojan para garantizar el éxito pretendido, o reducir, al menos, los tifones de bandolerismo que nos degradaron la sociedad. Si no, cohabitaremos en el archivo pesaroso de la historia, por los siglos de los siglos, Sodoma, Gomorra y Colombia.
“Preguntamos, entonces, ¿competiremos en candor los colombianos de hogaño con el caraqueño de antaño? ¿Se mantendrá lo acordado el 29 de agosto en Palacio?”
Carlos Villalba Bustillo*
*Columnista
carvibus@yahoo.es
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