Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

22 de julio de 2018 12:00 AM

Por solicitud obligante de una señora amiga que vio, en la recién estrenada película “Un fuego interior”, semejanzas con la relación sentimental entre Rafael Núñez y Soledad Román, refiero por qué creo que la protagonista de la película real de 1877 aceptó casarse con su pretendiente cuando él iba para los 50 y ella para los 40. Obvio que por cariño, y porque la leña, entre más seca, más arde, y requiebros hubo en el pasado con saldo de cenizas.    

Tampoco descarto que la señorita de entonces quisiera tener poder político por trasmano y lo lograra, demostrando, con esa y otras temeridades inusitadas, que era una mujer desprejuiciada, con personalidad y carácter, dueña y señora de sus decisiones, igual que sus hermanos conservadores y masones, versiones de don Américo Carnicelli y el doctor Raimundo Rivas. La misma Soledad restableció en 1873, en asocio de varias amigas, la logia femenina Estrella de Oriente.

Resultaba cómico que 70 años más adelante el doctor Laureano Gómez, devoto de Núñez y sabido de que godos y curas asistían a los talleres masónicos, tildara al Liberalismo de cáfila de comunistas y masones ateos, sunchados en gavilla para exterminar a los conservadores. Lástima que la muerte lo privara de solazarse con una falange colombiana honrada por antiguos liberales como Álvaro Uribe Vélez, Germán Vargas Lleras, César Gaviria, Pacho Santos, Carlos Holmes Trujillo García, Jaime Castro, Plinio Apuleyo Mendoza y espoliques de variado plumaje.

Recordando actitudes con su sello individual, se concluye que Soledad tenía libertad de conciencia, algo exótico en la Cartagena pacata y conventual de su época, pero indispensable, en su situación personal, para ser digna del figurón político que la pretendía. De ahí que no hubiera pesadilla que le perturbara el juicio, ni remordimiento que descuadrara la vuelta de circunferencia que le dio a su vida. 

Por cuenta del novio cincuentón y de la novia cuarentona, los malquerientes políticos de ambos renegaron de una ley que aprobaron, con su marca de fábrica, estableciendo el matrimonio civil con divorcio vincular. Extraña forma de condicionar sus convicciones a la vida conyugal de un enemigo de cabecera. Pero de todo había en la viña de sus majestades de Rionegro: uvas, pámpanos y agraz.        

Con una ayudita del destino, y para aplacar a los radicales nostálgicos del matrimonio católico a causa del civil del Regenerador, la pareja cartagenera, al morir Dolores Gallego, elevó a la dignidad de sacramento el enlace que contrajeron en vigencia de su revolucionaria ley, hija expósita del eminente y austero educador Lorenzo María Lleras.   

Fue de tal magnitud la entereza espiritual de la First Lady de su siglo, que no hubo infamia –lección para la historia– que mellara los resortes de su señorío.

carvibus@yahoo.es

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS