Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

22 de enero de 2017 12:00 AM

Tal vez porque pocas veces la voluntad popular no ha coincidido con la de los compromisarios que eligen finalmente al presidente de los Estados Unidos, los norteamericanos han mantenido el obsoleto trámite indirecto de la elección presidencial. Sin embargo, en sólo 16 años de este siglo, Bush y Trump perdieron en el voto popular y ganaron en el del colegio de electores. Como quien dice, 270 tipos pesan más que 66 millones de sufragios y que tres millones de una mayoría consolidada.

No se descarta, por consiguiente, que si Trump deja a su país tan mal como lo dejó Bush, o lo pone en evidencia a él un conflicto de intereses, los gringos piensen en la posibilidad de revisar un régimen electoral insólito en un tiempo en que las democracias eligen a sus gobernantes en forma directa y sin escalas técnicas. No bastaría un juicio político que lo separe del mando. Habría que preservar el sistema de los paranoicos que ofrecen rescatar su grandeza con convicciones mezquinas.

En puridad, la decisión del colegio de electores es un acto político contramayoritario que, por primera vez, expone a un probable desplome la estabilidad del Tío Sam, vulnerada ya por las interferencias de otra potencia que quiso, y pudo, influir en los resultados de la reciente contienda. El pueblo norteamericano votó, mayoritariamente, por una candidata con experiencia legislativa, administrativa y diplomática suficientes para gobernar sin sobresaltos. De modo que no fue el pueblo el que perdió el sentido común. La falla es de una institución devaluada por la dinámica política.

Franklin D. Roosevelt dijo recién elegido: “La Presidencia no es simplemente un cargo administrativo. Eso es lo menos importante de ella. La Presidencia es, ante todo, un liderazgo moral (un moral leadership). Todos nuestros grandes presidentes fueron faros que orientaron el pensamiento cuando ciertas ideas tuvieron necesidad de un rumbo claro en el discurrir de la Nación”. ¿Es el Trump que muestra el cobre en cada patanería un líder moral? ¿Será un orientador del pensamiento en este tramo crucial de la historia contemporánea?

Trump arrancó con un vacío de credibilidad precisamente por ser lo contrario de un líder moral y de un orientador del pensamiento. No es consciente aún de que tiene sobre sus hombros la púrpura comprometedora de un Poder que ignora, y que ignoran sus colaboradores, y que cooptarían desde el exterior si se excede en gratitudes con los amigos suyos y enemigos de su país. Dios lo vea, tituló ayer este periódico.

Parafraseando a Norman Mailer, el nuevo presidente del Imperio es capaz de regatear su propio precio en una de las salas de debate del mismo infierno. De ese tamaño es la bomba que un contrasentido electoral instaló en la oficina oval de la Casa Blanca.
 

carvibus@yahoo.es

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