Ser alegre y optimista no significa irresponsabilidad. La melancolía y la pesadumbre no pueden constituir atributos que impriman respetabilidad. Rumiar tragedias, empañar la visión con prismas fatales, buscar intenciones ocultas en situaciones simples, poco ayudan. Tampoco nos parece sensato creer que los tristes tengan mayor capacidad analítica.
Propender por una actitud alegre ante la vida es recomendable y sano. Las dificultades y las estrecheces por ello no serán menores, pero el aliento que se desprende de la alegría ayuda a impulsar esfuerzos y amortiguar traumas.
Con la intrascendencia que le atribuyen a la alegría, pretenden rotular a las gentes del Caribe, así nos cercenarían reflexión, análisis y rigor del pensamiento. Sólo nos quedaría la sensibilidad y la imaginación según nuestros detractores. Bergson destacaba la importancia del buen humor como índice del talento. La ceremoniosa solemnidad y el envaramiento protocolar no son auspiciosos para un mejor funcionamiento de las meninges. Por el contrario.
Sin entrar en la larga enumeración de colosos del pensamiento, literatura y las artes que tenemos, observamos que nuestros campeones del juego ciencia, el ajedrez, suelen ser ruidosos costeños, y no paramunos melancólicos que aparentan ponderada concentración.
Nos aventuramos a pensar que la alegría y la esperanza generan más mística que el rencor y los malos presagios. Parece que la buena suerte busca a los hombres con menos frecuencia que la adversidad. La desgracia a todos llega, pero la diosa fortuna ve un rostro lleno de amargura o tristeza y sigue de largo. Una sonrisa entusiasta parece ser el imán más conocido para recibir buenos augurios.
Soñamos con el éxito, el bienestar y todas las cosas buenas que nos han sido esquivas. Debemos aprovechar estos días especiales para trasmitir a todo el país un sentimiento optimista en estos momentos difíciles. La coyuntura global nos angustia, hay que combatirla con una actitud positiva. La alegría es un sol de esperanza.
Que las brisas tropicales del Caribe y las fiestas de fin de año lleven a todo el país la energía, la pasión, y el entusiasmo que respaldan una esperanza de progreso y bienestar, especialmente cuando el año que viene cambian gobierno, programas y sueños.
En la novena sinfonía, cuando se silencian los últimos compases, irrumpe, como el coro de una humanidad en marcha, el gran canto a la alegría. Se le convoca con los versos de Schiller: “Loor a la alegría, hija de Elisium, descendida de los Dioses”. Con esa voz que clama por un futuro mejor, por la luz, por el bien, por el contento para todos los hombres finaliza ese sublime mensaje de humanidad y belleza.
La conquista de la felicidad puede parecer imposible, pero la alegría es el catalizador que a ella nos impulsa.
Comentarios ()