Nuestra democracia participativa todavía a medio emplumar, concede licencia para no tragar entero. Oficio altamente peligroso, pero a Dios gracia, existen aún quienes se atreven a dejar volar su libertad sin pita ni perendengues, colocándole las banderillas de los signos de interrogación al lomo de los dogmas y al buche sagrado de los intocables.
En un Estado Social de Derecho, como presumimos es el nuestro, no debería sorprendernos ni endemoniarnos, si alguien cree o pone en duda la importancia del resplandor del sol o el silencio de la oscuridad, como también es respetable comerse las uñas aguardando el resultado de los escrutinios criollos o al humo blanco anunciando al nuevo papa.
Las prioridades hogareñas, personales y sociales, ocupan un cuarto plano y preferimos, como Escalona, construir la “Casa en el aire” o refugiarnos en el ciberespacio. Las incontables tragedias cotidianas, los rasponazos a la salud, a la educación, agobian tanto a los colombianos que optamos por sepultarlo todo en el sótano de la conciencia, permitiéndonos presenciar, cada vez menos horrorizados, cómo los saqueadores del erario público emergen de los palacios por guandoca casi sin despeinarse, listos para delinquir de nuevo.
Es un secreto a voces que la raíz de nuestros más graves problemas lo constituye la impunidad, pues, a pesar del diluvio de normas jurídicas que nos asfixian, prevalecen las puntadas con dedal y la ley del embudo. Entonces, nos carcome el pesimismo refugiándonos en el avestruz, en las redes sociales, donde se puede vivir, amar, odiar, e incluso morir, sin angustias ni cortapisas.
Al volverse añicos la esperanza, preferimos ocultar todo aquello que hiede o lastime. Por fortuna, sobreviven cimarrones indomables quienes, con la lucidez de la luciérnaga encendida, mantienen intacta su dignidad y la chispa de la ironía. Para muestra un botón. Cuentan que dos palenqueras, descendientes directas del libertario Benkos Biohó, inventariaban el contenido de sus poncheras y contaban el dinero después de una fatigante jornada recorriendo calles y plazas el día de las elecciones parlamentarias, cuando una de ellas subió el volumen de su radiecito para escuchar la lista de los elegidos a través del voto popular. -No pierdas tu tiempo Jacinta- le aconsejó a su colega de labores-. Gane quien gane y pierda quien pierda, te tocará salir, de sol a sol, todos los días, a vender alegrías y conservitas, y a mí, los mismos bollos de mazorca.
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