Columna


La sagrada mojigatería

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

12 de septiembre de 2018 12:00 AM

En el país del Sagrado Corazón la dictadura de la mojigatería empieza con el cuerpo. No te masturbes, no te metas los dedos. Ni se te ocurra querer fornicar hasta el amanecer con una persona de tu mismo sexo. Si hablas del pene, llámale miembro. Jamás uses verga, picha o mondá. Rígete siempre por los estatutos de limpieza verbal. Aprovecha las noches solitarias para rezar padrenuestros, no malgastes esas horas de insomnio midiendo cada detalle de una fantasía sexual.

Recuerda que este cuerpo no es tuyo, sino un préstamo celestial. Aunque el artículo 16 de la Constitución Política de 1991 diga lo contrario. Aunque la jurisprudencia de la Corte Constitucional mencione otra cosa. Estas manos, estos pulmones, este culo, no te pertenecen. No intentes fumarte un porro o comerte un brownie feliz. Ni salir a la calle con la ropa que se te dé la gana. Ni tatuarte un dragón melancólico que escupa llamas de tinta en el lienzo sacro de tus nalgas.

Este es el país del Sagrado Corazón, mi amor. El libre desarrollo de la personalidad llega hasta donde los versículos lo permitan, hasta donde la gente “de bien” y “de buenas costumbres”, que en secreto también se droga y se masturba, crea conveniente. Si te sales de estas normas corres el riesgo de la excomunión: ser considerado una escoria. Un tipo con traumas. Una puta. Un enfermo. Un delincuente en sociedad obligado a enseñar la cédula a los policías y demostrar su inocencia por toda la eternidad.

Todos somos hijos de Dios, pero si naciste negro, homosexual, indio o mujer, lo eres menos. Bienaventurados los maricas en nuestra patria camandulera, porque ellos no podrán adoptar jamás y serán juzgados por debajo de la mesa cuando decidan besarse en los centros comerciales o exigir en las notarías una unión matrimonial. Bienaventurados los enfermos crónicos y terminales en esta nación misericordiosa, porque ellos no podrán pedir la eutanasia cuando su vida les parezca triste e indigna (ya que sólo el Señor es dueño de nuestra vida, aun cuando la Corte Constitucional plantee algo diferente).

Es la sagrada mojigatería, cariño. No verás en la televisión propagandas de detergentes y jabones quitamanchas protagonizadas por hombres que usen guantes y hablen frente a la cámara con un tendedero de ropa a sus espaldas. Verás muchas madres menores de edad, eso sí, porque los gobernantes prefieren niñas embarazadas antes de permitir que en los colegios públicos haya una verdadera cátedra de educación sexual. Descubrirás que en una república ahorcada por los escapularios de la doble moral el pudor es más fuerte que la necesidad, la forma más imponente que el contenido y las apariencias más significativas que la realidad. Frente a todo eso, sólo nos queda el verbo profanar.

*Escritor

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