Columna


La bacteria

DIANA MARTÍNEZ BERROCAL

18 de septiembre de 2018 12:00 AM

De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Cartagena, la estabilidad (que por más de cuatrocientos años) han tenido nuestras imponentes murallas, hoy se encuentra amenazada por una peligrosa bacteria que habita en el interior de las piedras de coral (material con el que está construida la fortificación) y que de forma silenciosa, las está devorando.

Pero esa bacteria no es la única que está deteriorando los cimientos de nuestra ciudad, hay otra todavía más grave, que se ha propagado de manera rápida y silenciosa y nos ha contagiado a todos: la indiferencia.

Cartagena no está sumida en la peor de sus crisis por lo mal que lo han hecho unos cuantos dirigentes, sino porque una gran mayoría lo ha permitido. No le faltaba razón a Platón cuando nos advertía, que el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres. 

En una sociedad todos estamos ligados por un cierto pacto de lealtad mutua, y el hecho de que gran parte de esa sociedad esté abandonada por el resto (bajo la excusa de que ellos son los culpables de sus miserias y desgracias por no saber elegir), es una deslealtad de nuestra parte.  Vivir en sociedad implica tomar partido, como decía Gramsci y lo que aquí ocurre es algo que nos corresponde a todos enmendar, corregir, solucionar… pues lo que está en juego nos afecta a todos y nos compromete a todos.

No podemos acostumbrarnos a la crisis, no podemos acomodarnos, no podemos pensar que estamos condenados a ella, ni mucho menos resignarnos.

Ya no es época de resistir, sino de actuar. Los problemas no dejan de existir porque los ignoremos, sino porque ataquemos sus causas. Esto no tiene piloto automático, aquí pasará lo que hagamos o lo que dejemos que pase. Y la mejor medicina para esta apatía, es que sintamos que Cartagena nos pertenece. Es la oportunidad para que se atrevan nuevos y genuinos liderazgos; si nosotros no lo hacemos, ellos sí lo harán. 

Yo sueño con esa frase tan contundente que nos cuenta Salvador de Madariaga en el prólogo de su libro “España”; y fue la que pronunció un jornalero cuando quisieron comprar su voto y su fidelidad a cambio de unos duros, en una época de mucha escasez en España. Él, tirándole las monedas al piso le dijo al mensajero: “En mi hambre mando yo”.

De eso precisamente dependerá la recuperación de Cartagena, de la dignidad de sus habitantes, de entender que ya no son las murallas las que protegen a la ciudad, sino nosotros. Y si esa peligrosa bacteria está en nosotros, también en nosotros está el antídoto.

Estoy convencida que todos soñamos con una Cartagena distinta, pero es imposible construir una ciudad diferente con gente indiferente.

“No podemos acostumbrarnos a la crisis, no podemos acomodarnos, no podemos pensar que estamos condenados a ella, ni mucho menos resignarnos”.
 

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