Columna


Hemofilia: pecado "capital"

HENRY VERGARA SAGBINI

21 de mayo de 2018 12:00 AM

Matilde, procedente del sur de Bolívar, se amontona,  como tantos desplazados, en los asfixiantes  cinturones de miseria de Cartagena. Permanece íngrima, recogiendo migajas para engañar el estómago, refugiada en un cambuche de tablas y plástico donde pasa la noche oreando sus huesos.

Llegó  a mediados de 2015 con sus dos hijos, de 7 y 4 años, buscando  tratamiento oportuno  para una enfermedad incurable, pero controlable, llamada hemofilia. Estos pacientes, producto de la impredecible lotería de los genes, arriban al mundo con deficiencia específica en algunos elementos  fundamentales de la coagulación de la sangre (factores VIII y IX), padecida por  varones pero trasmitida por las madres. Afortunadamente la ciencia médica produce, en laboratorios calificados, estos  insumos  de la coagulación humana que, al ser transfundidos periódicamente a los hemofílicos, les garantizan una larga  vida, muy cercana a la normalidad.

Matilde, madre cabeza de familia,  sobrevivía  dignamente en su vereda, dedicada a la compra y venta de vituallas, ahorrando monedas  para trasladarse a Magangué, donde recibían el tratamiento contra esa patología de “alto costo”  que afecta, estadísticamente, solo a uno por cada 100.000 personas. Inexplicablemente las filas de hemofílicos se duplicaron, después fueron incontables. Entonces le propusieron, en voz baja, entregarle $500.000 para que aceptara espaciar los ciclos y reducir la dosis de los medicamentos administrados  a sus hijos con el propósito  “humanitario” de beneficiar a los nuevos  pacientes llegados  al  programa, los cuales, en su mayoría, se veían contentos y rozagantes, inconfundibles  metástasis monterianas, del Cartel de la Hemofilia. 

En vista de que la salud de sus muchachos se deterioraba, decidió venir a Cartagena, donde encontró infranqueables barreras de acceso y, de nuevo larguísimas filas de dudosos hemofílicos. Sus hijos empezaron a sangrar por encías, narices, aparecieron hematomas en casi toda la piel, perdieron la conciencia, producto de hemorragias cerebrales, y en una noche, cargada de lágrimas, ambos se marcharon para siempre.

Los estudios, sobre la prevalencia de la hemofilia, establecen que en Cartagena y Bolívar, deberían existir entre 18 a 20 pacientes pero la cantidad aumentó mágica y perversamente a 96, esfumándose, en el cráter de la corrupción, más de $92.000.000.000, sin que exista un solo  culpable y, como ocurre siempre, esos bellacos no devolverán  ni  medio centavo del rasponazo a sangre fría.

En un país de leyes como pompas de jabón, poco importan las víctimas inocentes, que, como Matilde, se quedó sin hijos y sin pasaje de retorno a su vereda…

Henry Vergara Sagbini
hvsagbini_26@yahoo.es

 

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