Columna


Ha muerto un hombre justo

RODOLFO SEGOVIA

25 de abril de 2015 12:00 AM

Eduardo Galeano fue un indignado con verbo, que nació en el continente equivocado. Fino ensayista y expositor, se perdió en los vericuetos de la socio-economía para la que, según él mismo, “no tenía la formación necesaria”. Del idealismo y la superficialidad nació Las venas abiertas de la América latina, que, escrito por un talentoso intelectual de izquierda en plena Guerra Fría, no podía sino caer en el ditirambo. “Un libro que”, confesó, “no sería capaz de leer de nuevo”, pero que inspiró con su panfletaria prosa a centenares de miles de exaltados.
Galeano juraba por la Teoría de la Dependencia, en la que el subdesarrollo de los países pobres es subproducto del enriquecimiento de otros porque la economía capitalista lleva a establecer un centro y una periferia, y unos acceden al bienestar a costa de los demás, con la consecuente tensión política, desequilibrio social y empobrecimiento de muchos. En “Las venas…” la dependencia era responsable del subdesarrollo latinoamericano. Esta teoría no ha sobrevivido a evidencias pragmáticas, pero estuvo muy en boga y sirvió para que choques por intereses nacionales con los de los EEUU explicaran el atraso relativo de sus vecinos al sur.
La noción de dependencia es un rezago de cuando la riqueza sólo se obtenía de transferir la propiedad ajena o controlar la mano de obra, con rapiña por los bienes existentes y variadas formas de esclavitud. Perdió actualidad, aunque aberraciones hay. Es evidente que la riqueza puede crearse y se crea más rápido que nunca, en vez de ser objeto de transferencia dentro de una sociedad, o entre países rivales.
Con la Teoría de la Dependencia se puso de moda echarle la culpa de la pobreza al vecino, como si la inteligencia e inventiva de unos obstruyera esa misma inteligencia e inventiva en otros. No sucedió en Corea, Singapur o Taiwán. Y se omitió examinar el sistema ético-cultural de los EE UU, que desde los pioneros impulsó a sus habitantes a identificar el bien común y a hacer del ahorro y la laboriosidad virtudes supremas.
A principios del siglo XIX cuando América, sur o norte, se independizaba, los EE UU se diferenciaban de Latinoamérica no en la riqueza, que era menor, sino en valores, que independientemente de lo que sus vecinos hicieran o dejaran de hacer, habrían de conducirlos a la abundancia. El sur, en cambio, heredó monopolios de estado y los privilegios para quienes eran cercanos al poder. Don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, podía dar fe.
Galeano, el idealista indignado por los regímenes dictatoriales que los EEUU apoyaban en su confrontación contra el comunismo, distorsionó la historia, maltrató la ciencia económica y, en las mismas circunstancias, lo hubiese quizá vuelto a hacer. Pero es de justos retractarse como él de las equivocaciones.

rsegovia@axesat.com

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