Columna


Gabriel, el que quedaba

CRISTO GARCÍA TAPIA

24 de abril de 2014 12:02 AM

En este mundo, ningún García es pariente de otro García. Ni se reconocen tales.

Sin embargo, en el cataclismo de su lucidez de 99 años, solía decir mi abuelo, de Sincé, Sucre, que “ese muchacho que cuenta los cuentos de esta familia”, tal vez fuera el nieto flaco y espigado de Melitón García, que se fue de la casa a los16 años y nunca, jamás, se volvió a saber de él.

Beatriz Herazo, de Chochó, Sucre, quien llegó a conocer al antepasado Melitón, refiere con precisión de instantánea que alcanzó a oír sus lamentos y a ver sus ojos llorosos por el que un día oscureció y no amaneció.

Y del que sólo una vez, a los dos días de haber partido, se supo que lo había visto Juan Martínez Aragón, en el puerto de Magangué, Bolívar, adonde había llegado desde Sincé por el camino de barrizales y luciérnagas de Chico Buscaelsol.

Iba, dijo el que lo vio, Mojana adentro. A prolongar la estirpe; a tener muchos hijos y a descubrir la parte del mundo que queda al  otro lado de las ciénagas, dicen otras voces que le dijo a quien lo vio por única vez.

Nunca ningún García de los suyos volvió a verlo ni a tener noticias de él. Ni si llegó y sobrevivió en los cenagales de aquella comarca de espejismos.
O, si sucumbió a la tiranía de la soledad y terminó por colgarse de un campano de agua.
A estas avanzadas del tiempo, ya es imposible saber qué pasó con aquel descendiente de Melitón García, de quien todo el mundo terminó por aceptar que se lo había tragado la tierra.
O el agua, si se internó en los zapales de La Mojana y prevalido de su condición de adonis, sucumbió a la belleza encantada de una marquesa de leyenda, cuya riqueza no tenía limites y sus vacas parían de a tres terneros cada siete meses.

Más allá de los tremedales de La Mojana, los platanales de Aracataca y los cardonales de la Guajira, lo único valedero es que  acabamos por quererlo.
Evaristo Acosta Huertas, de Sincé, como Francisco de Casilda y Melquiades, el gitano, diestro en las artes adivinatorias y las de los conjuros y filtros de amor, afirma sin riesgo de equívocos que el García que se refundió en los caños y pantanos de aquellas latitudes de espejismos y soledades, es el origen de este otro, del único que quedaba en Macondo “un año después de la partida del sabio catalán”.

Aunque lo dudo, a veces los colmillos de la víbora de la duda me inoculan su veneno y me ponen a divagar acerca de alguien al que solo vi una vez en mi vida, pero, al decir de mi abuelo, “cuenta los cuentos de esta familia,” como si la conociera desde siempre y fuera también la suya.
Luego, cuando la contra disipa el veneno de la mordedura de esa serpiente antediluviana, exclamo con naturalidad y sin sobresalto: “En este mundo, ningún García es pariente de otro García”.

*Poeta

elversionista@yahoo.es

@CristoGarciaTap
 

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