El Estado es una organización social, política, económica, soberana y coercitiva que integra a la población y que tiene el poder de regular la vida en sociedad. Por definición se encuentra dotado de territorio, población y soberanía. Para Platón había tres clases: los comerciantes, en cuyas manos estaba la economía; los militares, de quienes dependía la seguridad; y el liderazgo político en poder de los reyes-filósofos. Sin embargo, fue Maquiavelo quien introdujo la palabra Estado en su magistral obra El Príncipe.
Se habla de un estado fallido cuando: es incapaz de garantizar los servicios básicos; pierde el control físico del territorio y el monopolio de la fuerza; ve erosionada su autoridad en la toma de decisiones por su propia corrupción y/o criminalidad; es incapaz de interactuar con otros estados.
Los ejemplos de la inoperancia estatal pululan: el abandono estatal llevó a que particulares tomasen la ley y la justicia en sus manos generando zozobra e impunidad; por décadas el Estado ha sido incapaz de prever que largos veranos o copiosos inviernos destruyan y arrasen con todo; particulares ofrecen servicios, obligación estatal, mientras este ni siquiera es capaz de una supervisión, medianamente adecuada, que evite el enriquecimiento ilícito de tales particulares en detrimento de la calidad de los servicios. Y entonces surgen campañas mediáticas para suplir la ausencia estatal.
A la muestra solo dos botones: Teletón, iniciativa privada, comenzó el 5 de diciembre de 1980, recogió miles de millones de pesos para beneficio de niños y niñas discapacitados y, aunque ha recibido cuestionamientos, reinició actividades hace 7 años con relativo éxito.
El Ñametón: campaña original y loable, liderada por nuestro gobernador y que resolvió, pragmática y eficientemente, una contingencia, una coyuntura y ha planteado una novedosa forma de evitar la intermediación y de sobreponerse a un ministerio de Agricultura que le dio la espalda y que con grave ineptitud pudo generar una catástrofe: la perdida de toda una cosecha, la ruina de una región y la hambruna de una comunidad relegada, por el olvido estatal, a las garras inmisericordes de la violencia. Se generó un espacio para que los montemarianos trajeran el ñame, lo mostraran, difundieran sus bondades y lo vendieran en todas sus formas.
Plausible difundir los valores nutricionales del ñame, producto autóctono, relegado como hijo de menos madre y desplazado por tubérculos con ínfulas de las alturas encumbradas del centralismo. Y digo yo, de igual manera podríamos realizar una Estadotón para ofrecer productos desconocidos por estas tierras: un dulce de educación de calidad, un helado de salud integral y oportuna, un mote de vías de comunicación efectiva, un bálsamo de seguridad permanente y un guiso de empleos respetables.
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