Columna


Eso de pensar

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

04 de agosto de 2018 12:00 AM

“El hombre pesimista” es el título de un cuento que publicó, hace 71 años, el escritor barranquillero Álvaro Cepeda Samudio.

Babitt, el protagonista, es un ciudadano común y corriente, sin más preocupaciones que salir diariamente de su casa al trabajo y del trabajo a su casa.

De vez en cuando se reúne con sus amigos del Centro, o con sus vecinos del barrio, en veladas intrascendentes que siempre giran en torno a las intrascendencias de la vida. En fin, Babitt representa el clásico ejemplo del hombre mediocre, que describe Ingenieros en su viejo tratado sobre los caracteres humanos y la Sociología.

A la mitad del cuento, y de manera imprevista, ocurre algo que saca a Babitt de su universo rutinario: leyó en el periódico que las grandes potencias mundiales acaban de poner a disposición de una eventual tercera guerra unas armas que podrían aniquilar “(…) todo vestigio vegetal o animal sobre la tierra”.

Advierte Cepeda que “la melancolía es una cualidad superior”. Por eso, Babitt, sin que él mismo se lo propusiera, se convirtió en un hombre pensante, metafísico y hasta poeta, sobre todo cuando lamentó con antelación lo que pasaría si uno de esos misiles cayera en su ciudad, sobre los matarratones que adornan los separadores de las avenidas, sobre las esquinas donde conversa los domingos, sobre las discusiones de su esposa con la sirvienta, sobre las cosas y situaciones que siempre han constituido su felicidad.

Ese día llega a la casa profundamente triste, pero reflexivo, como nunca lo había sido en su vida. Pero una nueva discusión entre su esposa y la muchacha, el ruido de los niños estremeciendo la sala y las carcajadas de los vecinos tomándose el pelo en la tienda de la esquina lo transportan nuevamente a su estado natural.

Babitt, como si le hubiesen reubicado un tornillo cerebral, empieza a pensar que no tiene por qué mortificarse antes de tiempo, pues lo más probable es que ninguno de esos misiles caiga en Barranquilla; y mucho menos en el barrio donde nació y creció de la misma manera que crecen las plantas de la terraza.

Tal vez Cepeda nunca lo supo, pero en el mismo instante en que publicó ese cuento, un centenar de Babitt ya se estaban criando en Cartagena como los ciudadanos del futuro, esos que piensan que no hay razón para preocuparse por el crecimiento de las pandillas, la prostitución o las inundaciones invernales, porque esas cosas ocurren por allá lejos y nunca van a tocar las puertas de los privilegiados.

Ese nuevo Babitt no quiere ser pesimista, dado que cree que ser optimista es hacerse el de la vista gorda o imaginar que los males se solucionarán con la sencilla fórmula de hacer como que no existen.

“No hay, pues, que preocuparse -concluye el Babitt de Cepeda--. Eso de pensar en los problemas del mundo es para los poetas y los filósofos (…) Babitt, no importa donde viva, pensará de esta manera”.

*Periodista

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