Columna


Entre sordos

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

20 de septiembre de 2014 12:02 AM

Con los años la cosa se vuelve peor, cuando se deteriora el sentido del oído. Cada día oímos menos. Comenzamos por oír  imperfectamente.”

Lo más grave son las discusiones donde las dos partes expresan sus propios planteamientos y no escuchan los ajenos.”

Tal vez fue Confucio el que afirmaba que, por tener dos orejas y una boca el ser humano debía escuchar el doble de lo que hablase. Por más que se ha insistido en esta tesis elemental, el hombre no ha podido obrar en consecuencia. Seguimos obsesionados en decir más que lo que oímos.

El raciocinio, por lo general, se asocia con prudencia en la expresión. Llegamos a un escandaloso arrebato en la palabra que ha dado origen a la fastidiosa institución de los  moderadores, que conceden y manejan caprichosamente su uso. Así se intenta una sensata utilización de la misma.

Con los años la cosa se vuelve peor, cuando se deteriora el sentido del oído. Cada día oímos menos. Comenzamos por oír  imperfectamente. Pronto nos percatamos que confundimos palabras con peligrosidad manifiesta en las relaciones sociales. Pero además, la torpeza del oído nos lleva a adoptar gestos inconfundibles.  Pasamos de ladear la cabeza hacia algún lado, a ahuecar la mano y llevárnosla a una oreja dizque para captar mejor los sonidos.

En otras épocas se usaba una especie de cornetín invertido que pretendía llevar al oído mayor volumen de sonidos. Últimamente audífonos electrónicos remedian esta frustración senil de andar repitiendo un “¿qué?”,  para intentar superar la escasez acústica.

Las reuniones sociales entre personas de alguna edad tienen otro tema distinto a los conocidos como las pastillitas milagrosas que permiten continuar decorosamente los combates “cuerpo a cuerpo”, y los Black  Berrie con toda su  perversión autista.

Pero la sordera también se aplica a cosas que no producen ruido, a lo opaco, apagado, insonoro. Se les atribuye un excelente oído a los tísicos, pero a ese precio, quizás es mejor ser sordo.

Aunque es tan grave y desagradable la sordera, que se asocia con los estados de ánimo violentos que se mantienen reprimidos: “una sorda cólera” Mucho se usa con personas que no prestan atención a peticiones: “ha sido sorda a mis ruegos”. Con frecuencia la adaptamos contra una posición pérfida, cuando decimos: “Bogotá es sorda a nuestros reclamos”. Así se describe la insensibilidad, y  la indiferencia.

A los gobernantes algunas veces se les asocia con la sordera. Un ex -presidente fue recordado por su mal oído. Se decía que era estratégica su sordera. Sólo escuchaba lo que le convenía.

En nuestro refranero no hay peor sordo que el que no quiere oír, al igual del consabido “a palabras necias oídos sordos”.

Lo más grave son las discusiones donde las dos partes expresan sus propios planteamientos y no escuchan los ajenos. Se dice que es un diálogo de sordos.

Ahora andamos recomendándonos una maravilla tecnológica para superar este momento de escuchar nada, y aparentar que sí. Lo peor, cuando algún guasón simula estarnos hablando y solo modula en seco. Entonces llegamos a maldecir: “ahora sí me J”...

abeltranpareja@gmail.com

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