Columna


Entendiendo la pobreza

JORGE RUMIÉ

19 de enero de 2018 12:00 AM

El día en que entendamos la pobreza, nos será más fácil encontrar sus soluciones.

La vida es como una carrera de maratón, donde cada persona, de acuerdo a sus carencias y oportunidades, parte desde posiciones diferentes en la línea de partida. De ahí que a algunos les cuesta tanto llegar a la meta final de su vida. Es así de sencillo. Hay personas con tantas privaciones, limitaciones y deficiencias, que no podemos compararlas con las que tienen mejores oportunidades y privilegios.

Si alguien nace en algún hogar disfuncional, con desnutrición crónica infantil y sin ningún tipo de educación formal, además de otras penurias, es de esperar que le cueste superarse (por lo menos en términos probabilísticos) versus otro individuo – digamos – que tuvo una educación privilegiada, no pasó hambre y se crió en un ambiente funcional. Entonces, la próxima vez que alguien quiera pavonearse y comparase con otros, primero deberá preguntarse en qué parte de la carrera inició él y dónde empezó el resto. Porque son dos maratones distintas. 

Nadie nace queriendo ser pobre y nadie quiere perpetuarse allí. El problema fregado es que la gran mayoría de los pobres no tienen la menor idea de cómo avanzar.

Peor aún, su lucha diaria es por sobrevivir y poco les queda para entender el resto. De eso se trata la pobreza, de enseñarte que no puedes. Es como una desesperanza aprendida, y no sólo por los pobres, sino por las mismas expectativas del resto de la sociedad. No hay mayor frustración que tener la certeza que, hagas lo que hagas, las cosas seguirán igual. No hay mayor penuria en la vida que transmitirle una baja expectativa a alguien, porque ese alguien te lo corresponderá, reafirmándolo. Y lo vemos todos los días entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, incluidos los prejuicios raciales: no nos digamos mentiras.

Y empeora cuando te das cuenta que hay demasiadas fundaciones e instituciones públicas, supuestamente para ayudar, que se encargan de reafirmar esas expectativas, pobreteando y victimizando a sus protegidos. No obstante, alegra saber que ya existen nuevos modelos educativos que le pueden enseñar a la población más vulnerable (incluidos padres y maestros), cómo cambiar sus pensamientos, paradigmas, hábitos y actitudes, con el convencimiento que sí es posible mejorar. Parece mentira, pero eso cambia todo: descubrir que sí es posible superarse.

jorgerumie@gamil.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS