Columna


El domingo

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

22 de julio de 2017 12:00 AM

Para mí, los domingos del Caribe vienen cargados de una magia extraña. Algo raro tienen, y desde que son las 9 de la mañana provoca despacharse una cerveza bien helada con una magistral interpretación de salsa o con algo de las islas anglófonas o francófonas.

Me pregunto de dónde sacaron ciertos pesimistas aquello de los supuestos aburrimientos del domingo, porque de verdad nunca los he notado. Ni siquiera en los domingos de mi infancia recuerdo algún ataque soporífero o exasperante.

Por lo contrario, los de aquellas épocas son los domingos más pintorescos que recuerdo, puesto que siempre amanecían con el esplendor del sol invitando a un día de playa, una visita al campo de sóftbol, una jornada de barriletes o solo una conversación de amigos en cualquier zona verde.

Si quienes califican de hartos los domingos se refieren a sus crepúsculos, lamento contradecirlos, dado que hasta las tardes dominicales tienen su encanto. Reviso los calendarios de mis años menores y encuentro una tarde de televisión con hermosos capítulos de Bonanza, Los Picapiedra o Heidi. Retornan a mis álbumes sentimentales las películas mexicanas en los teatros Don Blas, Rialto o Padilla. Saboreo nuevamente los panes, las gaseosas y los helados de la Panadería Roan o el estallido de la música africana en los picós del Club de Amigos.

No sé de dónde sacaron Cepeda Samudio y García Márquez que los domingos son fastidiosos. El primero lo sugiere en Barranquilla en domingo, mientras que el segundo narra que José Arcadio Buendía, cuando ya estaba loco, conversaba todos los días con el espíritu de Prudencio Aguilar, quien le proponía que lo ayudara a construir una gallera para que ambos tuvieron algo que hacer durante “los tediosos domingos de la muerte”.

Franz Kafka y Ana Frank también plantean la pesadez del domingo, sobre todo en la tarde, que acá en el Caribe goza de una pincelada de luces y siluetas adormecidas por la brisa de las vegetaciones o del mar en su aparente quietud.

A ratos pienso que la salsa fue hecha para escucharla, única y exclusivamente, los domingos al amanecer. Algo tienen esas 9 o 10 de la mañana que parecen reclamar una banda sonora repleta de violines charangueros o de trompetas y soneros que saben a barrio, a esquina o a plaza de mercado.
Si los viernes y los sábados se hicieron para esperar la tarde, el domingo se diseñó para disfrutarlo desde por la mañana hasta que cada cual decida cerrar las cortinas de sus preferencias.

Y no sería del todo justo que circunscriba el domingo solo a los contornos de la melodía. Una mañana o tarde dominical también pueden ser el vasto escenario de un beso paternal o de una caricia sensual. El caso es que el domingo sabe embrujar con solo pronunciar su nombre.

*Periodista

ralvarez@eluniversal.com.co

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