Columna


El color de la enfermedad

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

03 de septiembre de 2014 12:02 AM

Nuestra sociedad está enferma. Enferma de creer que la homosexualidad es un malestar para la especie humana. ¿A cuántos no les hemos escuchado ese trillado argumento de que ser marica es pecado o que va en contra de la naturaleza? ¿Cuántas personas, creyéndose portadoras de la verdad, no van diciendo por ahí que la única finalidad del ser humano es la procreación entre un hombre y una mujer?

Qué vaina, vivimos en una sociedad enferma, escasa de lucidez y de amor por la diversidad. Ya no se puede correr hacia la izquierda cuando todos avanzan para la derecha, ya dejamos de creer en la pluralidad de convicciones y nos volvimos productos en serie de una misma ideología. Escondimos la variedad del mundo para cambiarla por un puñado de creencias uniformes. Somos una sociedad que, aunque pasó de la televisión a blanco y negro a la señal de color, sigue asumiendo una filosofía de dos colores. O eres o no eres.

Ahora estamos convencidos de que toda la vida humana tiene el compromiso de ser heterosexual. Ponemos el grito en el cielo cada vez que una pareja del mismo sexo quiere casarse o adoptar a un niño. Tan ciegos nos volvemos por nuestra idea hegemónica de la vida que se nos olvida que habitamos un país democrático donde nadie está obligado a vivir la visión del mundo que tengan las personas a su alrededor, incluso si esa visión del mundo la posee una gran mayoría de la población.

Ahí es cuando pienso en la doble moral de muchos colombianos. Una doble moral que nos lleva a exigir libertades de prensa, derechos humanos y paz nacional al mismo tiempo que le pide al Gobierno rechazar leyes que reconozcan los derechos civiles de la comunidad LGTBI. Y es que esta hipocresía va más allá de sus límites cuando hay gente que protesta más porque una pareja gay adoptó a un niño que por la enorme pobreza y desnutrición infantil.

Esta sociedad está enferma, y tal vez loca. Si dos mujeres le piden un niño al Bienestar Familiar elaboramos un escándalo público mientras observamos en silencio el aumento de las tasas de deserción estudiantil y los homicidios perpetrados por sicarios menores de quince años.

La verdad es que poco o nada nos importa la niñez. Simplemente anhelamos que los muchachitos o muchachitas no crezcan ansiando ser homosexuales, y eso es un planteamiento tan cínico como degenerado, fundado en el prejuicio de que la homosexualidad es una enfermedad aterradora. Aquí la única enfermedad es la intolerancia ante lo diferente, y mientras no encontremos en el carnaval sexual un motivo para enriquecernos como civilización, me temo que seguiremos siendo una sociedad ilimitadamente mórbida.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

@orlandojoseoa
orolaco@hotmail.com

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