“La Historia Señor, de lo pasado, es Historia de lo presente y lo será de lo futuro...”. Así reza un aparte de la representación que en 1781 le escribió al rey Carlos III, José de Ábalos, Intendente de la Capitanía General de Venezuela.
He dedicado la mayor parte de mi vida académica a estudiar la historia de Cartagena de Indias y su provincia, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, bajo la premisa de que es preciso hacerlo para tener una mejor comprensión de la historia contemporánea de nuestra región Caribe. En esa historia está escrita su presente y lo estará de su futuro.
Y a medida que más profundizo en esa historia más siento la necesidad de que ella sea conocida en toda su dimensión por las generaciones actuales para que tenga más sentido su presente y su futuro. Por ello no deja de parecerme absurdo, por decir lo menos, que la cátedra de Historia se haya relegado del plan de estudios de la secundaria y sea prácticamente desdeñada por la gran mayoría de los estudiantes universitarios.
Empezando porque el punto de partida de la historia de nuestra región fue la caída de la ciudad el 5 de diciembre de 1815, hoy hace 202 años. Con la entrada de las tropas de Morillo no solo culminó la experiencia republicana del Estado de Cartagena de Indias, sino que se selló la suerte de su futuro en las décadas siguientes, y con ella la del resto de la región, al quedar económicamente exhausta y su población diezmada.
Hoy pocos conocen las dimensiones de la catástrofe que significó el sitio que padeció la ciudad, y las implicaciones que ella habría de tener una vez comenzara la vida republicana de la Nueva Granada en 1832. Quizás por eso el desdén y la indiferencia que las actuales generaciones sienten por los asuntos públicos, por la suerte de la ciudad, quizás por eso no están dispuestas a asumir los retos y los sacrificios que implica recuperar la grandeza que tuvieron los que inmolaron sus vidas por la independencia y la libertad.
Si las generaciones de profesionales que hoy acceden a cargos de dirección en la administración pública, o incluso en el sector privado, leyeran los principios que inspiraron la Constitución de Cartagena de Indias de 1812, sabrían de la más estricta noción de ética que ella contenía en relación con el ejercicio de los empleos públicos: “No siendo venales, hereditarias, ni inamisibles las qualidades que se requieren para el buen desempeño de los empleos públicos, tampoco estos pueden ser venales, ni hereditarios, ni proveerse a lo sumo, durante el buen desempeño”.
La clave para enfrentar la honda crisis en que se halla inmersa Cartagena está en su historia. Claro, si sus ciudadanos la conocieran mejor en toda su dimensión.
Comentarios ()