Indignan las imágenes de los abusos de la Guardia Nacional venezolana contra pobres e indefensos desplazados colombianos. Hay que exigir al gobierno de Maduro no atropellarlos, y para lograrlo hay dos vías diferentes: la diplomacia bilateral y multilateral; o sonar los tambores de guerra. Solo la primera tendría éxito.
La prioridad son las familias expulsadas de Venezuela o que salieron por miedo a perder sus pocas posesiones. Más allá de la crisis diplomática o de los oportunismos electorales, hay una tragedia social, hombres, mujeres y niños sufriendo por un ajedrez político en el que, como siempre, los más pobres son los peones sacrificados.
El gobierno colombiano reconoció la emergencia humanitaria y actúo para que esas familias tengan al menos albergue transitorio, comida y atención de salud. Está bien, pero son paliativos que no solucionan el problema de fondo: la incapacidad Estado colombiano (desde mucho antes de este gobierno) de ofrecer una vida digna en la frontera.
El conflicto interno colombiano desplazó más de 4 millones de personas de sus tierras y hogares. Es muy posible que entre estos y los desplazados por la pobreza sí sea cierto lo que dice Maduro: más de 800.000 colombianos pasaron la frontera atraídos por el populismo chavista que, a pesar de sus errores, elevó el nivel de vida de los más pobres por primera vez con vivienda, comida, educación, salud y recreación, al menos durante la bonanza petrolera.
Resolver la crisis implica reconocer que hay un problema en la frontera con la multitud de desplazados, agravado por la corrupción, los guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y contrabandistas. Venezuela puede deportar a los inmigrantes ilegales, pero tiene que respetar sus derechos y no usar métodos que no son del Socialismo del siglo XXI sino del Nacional-Socialismo hitleriano.
Es equivocado responder con amenazas de fuerza, pues cualquier chispa en las tensiones fronterizas -la muerte de un soldado de cualquiera de los dos países- puede causar un incendio sin control en el que solo ganarían los vendedores de armas. Maduro usa la situación con fines electorales ante la perspectiva casi cierta de perder sus mayorías en las próximas elecciones parlamentarias. Por eso agudizar el conflicto sería lo mejor para su campaña electoral e incluso suspender las elecciones.
La estrategia de “le doy en la cara a Maduro”, como le gusta a cierto expresidente, fortalecería al venezolano. Es paradójico, pero quizá a ese expresidente le convenga que Maduro no sea derrotado; sin castrochavismo se quedaría sin discurso y pierde vigencia política.
Santos va por el buen camino de la diplomacia firme y lo respaldaron los partidos políticos, con más sensatez que algunos dirigentes.
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