Columna


Descolorido

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

10 de febrero de 2018 12:00 AM

Siempre que los liberales obtenían algún triunfo en las contiendas presidenciales, mi abuelo era uno de los primeros en celebrarlo con varios vasos de whisky y llamando por teléfono a los hijos, para arengarlos con esta fanfarria: ¡qué viva el Partido Liberal, carajo!

Pero el Partido Liberal no movió ni un dedo, ni le importó un pito cuando al abuelo empezaron a echarlo del barrio San Diego, primero aumentándole las facturas de los servicios públicos; y después, engrosándole el impuesto predial, hasta que sus hijos se vieron tan asfixiados que terminaron vendiendo la casa por cualquier baratija.

Y me imagino que a muchos de quienes fueron sus vecinos en ese mismo barrio y en Getsemaní les sucedió lo mismo, sin importar sus filiaciones conservadoras o liberales, porque ninguna de esas dos pandillas se hubiera molestado en hacer algo para que ellos conservaran sus raíces en el entorno donde vieron crecer a hijos y nietos.

Por eso no acabo de entender qué hacemos los colombianos de a pie discutiendo por defender a candidatos que a la larga pertenecen al único partido que siempre ha existido y gobernado en este país: el de los ricos, manada de oportunistas inhumanos, parapetados detrás de normas inventadas por ellos y para ellos.

Me pregunto si es que aún no entendemos que para los de arriba la única función que tenemos los sin nada es activar los medios de producción, generar votos y matarnos entre nosotros mismos, ya sea vestidos de fuerza pública o de subversión.

Debe ser que aún no lo entendemos, porque todavía estamos defendiendo la derecha y despotricando de la izquierda, como si la primera (que siempre ha sido la única) hubiera convertido a Colombia en un paraíso.

Supongo, entonces, que todavía no entendemos que quien desea hacer el bien lo hace desde cualquier parte y sin necesidad de colgarse colores ni etiquetas. No sabemos aún que quien desprecia a sus propios coterráneos, no alcanza a verlos como a seres humanos sino como a piezas de un engranaje que debe funcionar única y exclusivamente para llenar sus intereses personales y de grupo.

Aún no logramos avizorar que el verdadero cambio aparecerá cuando logremos arrebatarle el poder a la élite racista y clasista que lleva más de doscientos años desangrando a quienes los eligen; y creando argumentos engañosos como que Colombia terminará lo mismo que Venezuela, cuyos electores buscaron la transformación pero eligieron mal.

Seguramente quienes están rematando sus casas en El Espinal, Torices, Lo Amador, La Quinta, Barrio Chino y Puerto Rey alguna vez confiaron en politiqueros de derecha y detractores de la izquierda. Pero ninguno, ni izquierdistas ni derechistas, han movido un dedo para evitar que la mano inversionista siga perpetrando destierros tan grosera y salvajemente, como lo ha venido haciendo desde hace más de cien años.

*Periodista*

ralvarez@eluniversal.com.co

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