Columna


De Palermo a Cartagena

GLENDA VERGARA ESTARITA

17 de septiembre de 2017 12:00 AM

Por sus malos gobiernos Cartagena no avanza al ritmo de otras ciudades y no disminuye su pobreza, que la sitúa en un lamentable segundo lugar, después de Quibdó, según el Departamento Nacional de Planeación.

Tan paquidérmico ha sido su progreso en ese trascendental tema, que aún tiene vigencia lo que el periódico Washington Post publicó hace años sobre lo increíble que resultaba una situación de miseria extrema escondida tras una fachada hermosa y opulenta, con hoteles suntuosos queriendo tapar tugurios que se podían comparar con los de África Subsahariana.

Pero esto no mortifica a un gran número de miembros de la clase dirigente porque están ocupados en usar el poder para beneficio propio, que es la definición de la corrupción política, ese vicio inherente a muchas de las personas que han sido escogidas para ejercer funciones públicas en representación de los intereses generales, pero defraudan la confianza de la democracia cuando desandan el camino que les fue señalado y eligen el que conduce rápidamente a la satisfacción de las desmedidas ambiciones personales a través del tráfico de influencias, del peculado, del soborno, del fraude, del nepotismo, de las malversaciones y otras conductas tipificadas como delitos, tan viejos estos como el principio de los siglos.

De soborno, por ejemplo, habla el texto bíblico en la Ley de Moisés al contar en un episodio de Mateo lo que el diablo ofreció a Jesús para que lo reverenciara. En nuestros días sobornar es una práctica de la política con la complicidad y coautoría de muchas de las empresas privadas, que invierten grandes porcentajes de su capital en comprar a los burócratas del Estado y su decisión para hacer negocios que les favorezcan mutuamente. Esta es la principal causa de la pobreza porque los recursos que debieran ser destinados a invertir para reducirla, van al bolsillo de un corrupto. Por el bolsillo entra el peor demonio, opina el papa Francisco, refiriéndose al dinero que corrompe y despierta las ambiciones malsanas.

Cartagena reclama a gritos poner en práctica las teorías con las que Leoluca Orlando, cuatro veces alcalde de Palermo, Italia, desmontó el poder hegemónico de la mafia siciliana y pudo darle a la ciudad un ambiente de convivencia con la estrategia pedagógica de remplazar una cultura de la criminalidad por una cultura de la legalidad basada en un programa de participación ciudadana que destaca la promoción de valores y el rescate de espacios públicos.

Aquí se pensaría en una cultura de la ética para ir desterrando la cultura de la corrupción, pero para iniciar ese largo proceso se necesita un alcalde que lo lidere y trace directrices pedagógicas con las fuerzas vivas de la ciudadanía, bajo la influencia de un código de educación cívica que forme en la costumbre de no violar la ley.

vergaraglenda@hotmail.com

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