Ápate (la personificación del engaño y el fraude) y Dolos (los ardides y malas artes) salieron de la caja de Pandora. Siempre iban acompañados de las mentiras. Su mayor opositor era Alétheia, la verdad. Ápate vivía cerca de los mayores embaucadores de la época. En su cinturón llevaba trucos, perjurios y artimañas que usaba la humanidad, entonces y ahora.
Ustedes lo saben: Jacob se aprovechó del hambre de su hermano Esaú para arrebatarle sus derechos de primogenitura. No conforme con ello, engañó a su anciano padre, Isaac, para que le diera su bendición. Dante organizo el otro mundo en Infierno, Purgatorio y Paraíso. En el octavo círculo del infierno estaban, entre otros, los políticos corruptos, hundidos en brea ardiente.
Colombia pierde 50 billones de pesos anualmente por la corrupción. Peor aún, 80% de los empresarios colombianos admite que en sus negocios hay corrupción y 30% afirma estar dispuesto a falsificar estados financieros y pagar sobornos para conseguir un contrato. Según un exdirector de la Dian, el sector privado se gana, cada año, 60 billones de pesos con acciones de corrupción.
La corrupción es multifactorial: crisis de valores, leyes ineficaces, concentración de la riqueza. La corrupción la hace el político, el cómplice, el que lo encubre y el que calla, por indiferencia o por miedo, todos. Los delincuentes de cuello blanco se reproducen en una sociedad en la que impera la cultura del dinero fácil. Del poder económico se pasa al poder político, que compra voluntades. Así, quien todo tiene todo quiere y hasta más. La corrupción se alimenta de la impunidad y del poder, ese que todo corrompe.
Nos han dicho que el próximo domingo debemos votar para acabar la corrupción; y lo haremos, pero, tengo para mí que, con la democracia, no erradicaremos la corrupción. No desaparecerá con una elección que pretende ser la lápida que diga: corrupción, descansa en paz.
Claro, generar barreras legales puede ayudar a combatir la corrupción. En Colombia las penas son severas pero hay tantos beneficios que las condenas terminan siendo irrisorias y, además, los delincuentes se quedan con lo robado. El castigo es solo parte de toda una estrategia en la cual la mejor arma es la educación en valores, esa que surge del ejemplo que genera una cultura ética en la familia, en la escuela, el trabajo, en la vida. Nuestra sociedad no juzga por la ética sino por las leyes. La ética no pone preso a nadie pero debería llevar a los delincuentes fuera de la política y de la vida pública.
Obvio, los políticos quieren ser juzgados por las flexibles leyes y no por estrictos valores. Igualmente, la renuncia no debería ser un acto legal, debía ser una acción ética, decorosa. Este domingo, las siete preguntas son tan solo la primera piedra. Pero, ya lo decía Tácito: “muchas son las leyes en un estado corrompido”.
“La corrupción es multifactorial: crisis de valores, leyes ineficaces, concentración de la riqueza. La corrupción la hace el político, el cómplice, el que lo encubre y el que calla (...)”
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