Las ciudades turísticas tienen la obligación de mostrarse siempre atractivas, seguras y dispuestas a brindar los mejores servicios.
Cartagena es destino turístico no solo importante sino ampliamente conocido en Colombia y el exterior y su prestigio se ha consolidado gracias a su historia, cultura, monumentalidad, ubicación, atributos marinos, gastronomía, infraestructura hotelera y de convenciones. De ahí, su buen nombre. Centenares de miles de personas llegan cada año desde distintas ciudades del país y del mundo a pasar momentos inolvidables en ella, y muchas regresan porque quedan amarradas de su magia. Y aunque solo permanezcan poco tiempo, basta para contraer la rara enfermedad del enamoramiento perpetuo que solo es posible conjurar con el regreso.
Sin embargo, la ciudad turística es como la mujer del César, no solo debe serlo sino parecerlo. De ahí la necesidad de cuidarla, embellecerla, hacerla atractiva y segura en todos sus ámbitos. En ese compromiso, que es de las autoridades, el empresariado, la comunidad toda, se está fallando a pesar de innegables avances.
La reciente redada contra organizaciones criminales dedicadas a la explotación sexual de niños y adolescentes, si bien mostró contundencia al lograr la detención de varios de los implicados, evidencia un problema de vieja data que debe ser erradicado de raíz. Por siempre. Cartagena no puede estar asociada a ese tipo de posibilidades en su oferta turística. Otra perniciosa costumbre, la de someter a los visitantes a pagar precios exorbitantes por productos o servicios que se ofrecen y en ocasiones se imponen a la fuerza, también requiere tratamiento especial.
El Centro Histórico y otros monumentos coloniales, son la joya de la corona de Cartagena como ciudad patrimonio y destino turístico. Su conservación ha demando grandes esfuerzos pero también enfrenta situaciones complicadas relacionadas con violaciones a las normas que la rigen. Qué falta que hace el Plan Especial de Manejo y Protección del Centro Histórico (PEMP), para establecer claridad sobre lo que se puede o no hacer en el recinto. Haber mantenido la condición del Centro Histórico como destino sostenible es un milagro.
Buena parte del mobiliario urbano en la ciudad vieja deja mucho que desear. Varias calles se ven feas, con andenes, bordillos y rejillas destrozadas y convertidas en trampas para los peatones. Los puestos de fritura y otras ventas informales en inmediaciones de la torre del Reloj denigran un lugar tan emblemático.
La imagen que se proyecta de la ciudad en el país y en el exterior debe guardar armonía con la realidad local, porque se puede correr el riesgo de ofertar lo que en verdad no se tiene. Eso suele ser arma de doble filo.
*Rotaremos este espacio para mayor variedad de opiniones.
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