Columna


Ciudad del viernes santo

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

16 de abril de 2014 12:02 AM

No sé cuántos años pasaron para que pudiera entender lo mucho que se parece esta ciudad a la Semana Santa. Antes esperaba estos días santos nada más para ver a mi abuela preparar sus dulces de ñame, coco o guandú en el mismo caldero gigantesco en el que en otras épocas del año hacíamos el arroz de cangrejo. Desayunábamos salpicón de bagre, almorzábamos mote de bagre y cenábamos arroz de bagre. Había tantas recetas con el mismo pescado que si Tales de Mileto hubiese viajado en el tiempo hasta la casa de mis abuelos hubiera pensado que todo estaba hecho de bagre y no de agua. Allí el pecado era solamente una palabra lejana que se perdía entre las fichas del siglo y los partidos de dominó.

Pero yo ya no existo sólo en la casa de mis abuelos. Ahora estudio y agarro busetas o colectivos para llegar a mis destinos tal como lo hacen ustedes. Hemos salido de lo que fue nuestra infancia en los patios para andar sobre estas calles, estos trancones infinitos, estos políticos corruptos y estas obras construidas a medias. Pasamos de saltar rayuelas a esperar Transcaribes que no existen, dejamos de pegar papeleticas en las cartillas para colgar afiches de candidatos a la alcaldía. Mientras el bozo nos crecía las piedras con que hicimos arcos de fútbol se transformaron en escombros de casas caídas. Mientras usábamos por primera vez un brasier las muñecas de trapo se volvieron madres cabezas de familia. Mientras íbamos a las Fiestas Populares, las Fiestas Populares desaparecían.

Entonces nos convertimos en la ciudad del Viernes Santo que no termina, en una triste metáfora a la Semana Santa donde a Cartagena la crucifican todos los días. Siento que nos hicimos adultos en un territorio donde a diario se debe soportar un Viacrucis causado por la incompetencia de los gobiernos y su falta de compromiso con la gente que los eligió. Ahí están las juntas de acción comunal pidiendo la atención del alcalde, ahí están los barrios que se quedaron sin agua o los vendedores ambulantes que fueron desplazados por unas defectuosas políticas para la recuperación del espacio público.

Nos hemos vuelto otro calvario, otro Gólgota rodeado de ladrones y mesías condenados a muerte. No ha habido milagros ni evangelios para el futuro. Sólo templos rompiéndose en dos y personas que venden su voto. Hoy el cerco de las murallas se parece más a una corona de espinas.
Y sin embargo todos debemos guardar una esperanza: la convicción de que con nuestra crítica social y nuestra solidaridad por los demás podamos evitar que, con el paso de las décadas, Cartagena se pudra esperando su propio domingo de resurrección.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena


@orlandojoseoa
orolaco@hotmail.com
 

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