Se acerca la Navidad, una época donde expresamos una sensibilidad especial hacia los buenos deseos y mostramos lo mejor de nosotros. Es una época en la que desde niños nos enseñan el valor de la unión familiar y donde los regalos, la comida y la celebración emergen a borbotones.
En nuestra ciudad esta época también es sinónimo de la temporada turística, miles de personas de todo el país llegan a disfrutar sus vacaciones y se convierte en la ciudad más cosmopolita de Colombia. Cada día sus calles se ven inundadas de turistas buscando qué hacer, disfrutando de la gastronomía y de las bellezas históricas del corralito de piedra.
Hay que decir también, que para quienes vivimos en Cartagena, Navidad y año nuevo son épocas de cierto caos. En los barrios turísticos se nota la congestión y el cartagenero siente por momentos que la paz y la tranquilidad se pierden durante las últimas semanas del año y las primeras de enero. Sin embargo, ese es el costo de vivir en la vitrina de Colombia y en una de las ciudades turísticas más hermosas y acogedoras de Latinoamérica.
Esta cara bonita de la Navidad y de la ciudad es la que vemos en la Cartagena de mostrar, en la heroica de calles hermosas y de casas multicolores, pero infortunadamente existe la otra cara. La cara de la pobreza y la desatención, donde diciembre y Navidad tienen otra connotación y donde este mes tan especial -el mejor del año para muchos- es sinónimo de invierno, de inundaciones y de problemas de salud.
Emergen entonces en Cartagena una serie de problemas que afectan a muchos sectores y que definitivamente están muy alejados de la fiesta y la celebración con la que se relaciona diciembre.
A los problemas del invierno y las inundaciones se suman los de la salud y entonces empiezan a aparecer las enfermedades gastrointestinales, las respiratorias y otras relacionadas con los graves problemas sociales que tiene el corralito: las derivadas de la violencia y de la exclusión social.
La Navidad para los más necesitados se convierte en una época compleja, muchas de estas familias que no alcanzan ni siquiera el salario mínimo y que viven en condiciones de pobreza extrema, se ven enfrentadas en la mejor época del año a las enfermedades de sus niños, a las quemaduras relacionadas con el uso de la pólvora, a la violencia a la que se enfrentan sus adolescentes y a los problemas económicos que aquejan de manera dramática a sus integrantes. Para ellos en muchos casos la Navidad no es la época de unión familiar y muchísimo menos la época de los regalos, de la comida y del derroche.
Hace un par de días conversaba con Yoleidis, una simpática mujer de 24 años y con cuatro hijos a cuestas. Uno de ellos sufre de asma debido a las inclementes lluvias que se han presentado en las últimas semanas, crisis respiratorias repetitivas que la llevan a consultar el único hospital pediátrico de la ciudad. Ella con su desparpajo caribe y con una inocencia extrema, me decía que era una buena época para ella y que ojalá a su hijo le tocara estar hospitalizado para la semana del 24 de diciembre. Cuando le pregunté por qué esa aspiración hospitalaria, me contestó con su enorme sonrisa: “doctor, si mi hijo está hospitalizado tengo garantizada la comida de él y la mía. Como todos los días hacen novenas, también tengo los regalos de mis tres pelaos que están en la casa esperándonos”.
Ante la respuesta de Yoleidis solo me quedó pensar: que pesar por nuestra Cartagena y por su Navidad de contrastes.
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