Columna


Cartagena Liquida

CARMELO DUEÑAS CASTELL

09 de mayo de 2018 12:00 AM

La Fantástica, inmersa en su natural estado líquido, cambia rápidamente con el clima. Hace unos días se desató un gigantesco aguacero que la inundó y la paralizó y que me hizo pensar que es una ciudad líquida.

Ziygmunt Bauman, filósofo y sociólogo, enfocó su investigación en la forma de vida de las sociedades modernas. Para él esa era “la vida líquida”. Los diagnósticos de Bauman son certeros, y demoledores: de manera descarnada la definía como una vida sin rumbo, sometida a dramáticos y rápidos cambios, en ella lo único seguro es la incertidumbre.

En la sociedad líquida, el consumo de lo nuevo es una carrera tan desenfrenada que antes de haber estrenado algo ya nos están ofreciendo su reemplazo. La insatisfacción nos lleva a despreciar y devaluar lo nuevo con otros productos más nuevos al tiempo que cada vez que suplimos una necesidad creamos dos o más tan innecesarias como la inicial, la eterna insatisfacción del consumismo. Así, la distancia entre la fábrica y el basurero es cada vez más corta.

Los cambios son tan rápidos que nada alcanza a convertirse en hábito y mucho menos a generar una rutina. Y con todo es así, los triunfos son efímeros, todo es volátil en una sociedad plagada de egoístas hedonistas para quienes la inestabilidad es una oportunidad, la precariedad es un valor y los héroes son aquellos cuya meta suprema es un segundo de fama, poder y / o dinero por encima de todo y al precio que sea. En el mundo líquido todos somos objetos, víctimas del consumo, útiles por un instante fugaz, y luego de usados perdemos vigencia. La vida es tan líquida que el mal y el bien son tan volubles y acomodables como indefinibles. No son conceptos concretos, son líquidos, tan indescifrables que se permean el uno al otro en una constante metamorfosis tal, que no es posible diferenciarlos.

Para Bauman, el individuo moderno es artificialmente líquido, superfluo, plagado de banalidades que le impiden comprometerse con alguien diferente a sí mismo. En ese mundo líquido la autenticidad no existe, todos debemos parecernos a través de un maniquí, igual de líquido, llamado moda. La autenticidad no se busca, ni se encuentra, dentro de cada individuo, no, al contrario, está en la forma, en el parecer más que en el ser. Es algo similar a lo que decía la mitología: los dioses escondieron la felicidad en el fondo del alma del ser humano sabiendo que así estaría siempre con él, pero ese sería el último sitio en el cual la buscaría.

Pero ya lo decíamos, Cartagena dejó pasar una oportunidad, permitió que unos pocos escogieran el mismo futuro líquido e incierto que nos inunda desde hace años, que nos lleva a una sin salida. Será esperar al 2020. Como decía Víctor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.

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