Siete meses pasaron desde tu inesperada partida; siete meses sintiendo un profundo dolor en mi corazón por la certeza de que no te volveré a ver; siete meses extrañando nuestras conversaciones telefónicas, tratando de ponernos al día de tu vida y de la mía. Compartíamos el mismo sentimiento de tristeza al ver en lo que el país y nuestra ciudad se convertían, cada vez más mezquinos, y mucho menos compasivos. A pesar de que me entristece saber que nunca más podré abrazarte y besarte, te confieso que me siento aliviada y muchas veces tranquila, porque la vida te sonrió, evitó que tuvieras que sentir este mismo dolor, que, como yo, hoy sienten muchos otros colombianos; esa desintegración social, política y moral que vivimos.
En tan pocos meses, desde que se inició la contienda electoral para la Presidencia de Colombia, se desató entre nosotros, como nunca antes, odio, rabia, y desprecio por las ideas y convicciones de los demás. Decimos que queremos ser un país más igualitario, pero cada día somos más intolerantes y nos peleamos por demostrar ser más diferentes. Las ideologías de los partidos políticos están tan revueltas, que ya no entiendo en qué se diferencian. Tenemos los de ‘derecha-derecha’, de ‘centro derecha’, de ‘centro-centro’, de ‘centro izquierda’, de ‘izquierda’ y de ‘izquierda-izquierda’, y seguro se me escapa uno que otro. No quiero imaginarme a un padre explicándole a su hijo hoy, como solía hacerlo contigo, en qué consisten. Los medios, las redes sociales y los cientos de caricaturas que recibo, me agobian y desaniman, porque dicen que uno dijo mentira, que el otro no sabe gobernar, que aquel es más corrupto, y hasta que uno puede convertirnos en otra Venezuela.
¿A quién creerle? Me conoces, y sabes bien que no creo en promesas falsas, no creo que en cuatro años un gobernante sea capaz de cambiar al país, como muchos prometen, y sacarlo de los problemas sociales que en los últimos años se vienen agravando. Me gustaría que elijamos a un presidente con los pantalones bien puestos, con suficiente firmeza para llevar a cabo tres grandes transformaciones: la primera y más importante, combatir el flagelo de la corrupción, fortaleciendo entre otras cosas a los entes de control; lo segundo, proponer una gran reforma a la Justicia, aun si ello implica una nueva Constitución; y por último, crear una política económica bien estructurada y de largo aliento, que permita el crecimiento exponencial de sectores como la agroindustria y el turismo, que promueva la formalización y el desarrollo empresarial, que genere nuevas y más oportunidades de empleo.
Te escribo esta carta, hijo mío, para decirte que aproveches esa paz que muy seguramente tienes allá en el cielo, o donde tu alma noble y alegre esté, pero también te pido ruegues por todos aquí en nuestra tierra Colombia, para que a nuestros corazones vuelva la confianza, la paz y la esperanza.
*Gerente General ANDI Fundación Mamonal
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