La música popular colombiana está plagada de “grandes” compositores que conformaron su obra robando estrofas, melodías y hasta canciones completas concebidas por gente ingenua, descuidada o demasiado generosa.
Afortunadamente, en los años recientes los compositores se han apersonado tanto de su propio trabajo que ya están duchos en hacerse a una identidad melódica y literaria, pero también en el conocimiento de las leyes que protegen los derechos autorales, cosa que no sucedía a mediados del siglo pasado.
Contando desde los años 50 hacia atrás, la mayoría de los protagonistas de la música popular eran campesinos iletrados aficionados al canto, cuya única complacencia era lograr una buena composición que retratara sus emociones, sus actividades y hasta su opinión de los sucesos cotidianos.
Pero no todo era inocencia y falta de ambición. También había personajes, quienes, por lo menos, lograban coronar un bachillerato, lo cual significaba un aceptable discernimiento de la cultura general, el léxico y los tropos literarios más eficaces.
Muchos de ellos andaban por los pueblos y los montes, inmersos en feroces parrandas campechanas, donde memorizaban las canciones de los jornaleros, para después perfeccionarlas y hacerlas aparecer con sus firmas en las pocas producciones discográficas que se publicaban en aquellos tiempos.
Algunos de esos trotamundos eran juglares que recorrían la geografía caribe armados de algún instrumento, por el cual gozaban de la emulación de muchos compositores montunos, cuya máxima aspiración en la vida era que su artista admirado algún día les grabara. Que su crédito saliera publicado, era cosa que no los trasnochaba.
En algunas ocasiones eran los productores de las casas disqueras quienes se apresuraban a poner en el crédito el nombre del artista, ya que el verdadero autor vivía en algún caserío perdido hasta donde era poco menos que imposible acceder de un modo u otro.
Cuando iba finalizando el siglo y la música terrígena no únicamente empezó a cobrar importancia, sino también grandes dividendos, surgieron voces de autores desconocidos que se proclamaban los reales autores de piezas encumbradas como clásicas de la música colombiana. Pero ya era tarde: no tenían cómo fundamentar sus afirmaciones.
Muy de cerca conocí el caso de un campesino que compuso una canción ahora considerada clásica, pero grabada por un juglar quien nunca le dio el crédito. El autor jamás se pronunció, ni siquiera cuando la canción andaba batiendo récord de ventas por todo el país.
Únicamente alcanzó a dar unas cuantas declaraciones ante la prensa, cuando el periodista Daniel Samper Pizano publicó una lista de las cien canciones vallenatas del siglo. La del campesino hacía parte de ella. Solo que murió sin poder demostrar que era su nombre el que debía recibir esos honores.
*Periodista.
RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.*
ralvarez@eluniversal.com.co
Comentarios ()