Columna


Burgos C. para siempre

GLENDA VERGARA ESTARITA

20 de octubre de 2018 01:00 AM

Tengo que aclarar que no fui su amiga personal, y que eso facilitó que me dedicara a estudiarlo como escritor. A los veintitrés años gané el premio de ensayo Los nuestros, que era una aproximación crítica a su obra inicial que fue la responsable de que quisiera emular su oficio. Era un referente de la literatura cartagenera; de una novela y una selección de cuentos suyos, aprendí cómo universalizar el discurso literario local.

El Patio de los vientos perdidos fue precursora de una generación posterior a la de Gabo. Es la novela de Cartagena. Mi padre me la regaló un diciembre con la advertencia de que era una sucesora digna de la obra del Nobel de Aracataca. Yo pensé que no tenía nada que le hiciera inferior. Me cautivó por su lenguaje bello y su técnica novedosa. Así mismo con los cuentos donde el barrio Lo Amador, de Cartagena, era el micromundo.

Supe lo que era un narrador de prosa poética. Su escritura me sedujo de principio a fin, y creí, pobre de mí, que al autor lo celebrarían por siempre, sin sospechar que aquí no valoran en su momento a talentos portentosos. Lo Amador es un recorrido por personajes de la idiosincrasia popular. Burgos Cantor sitúa su acción en un ámbito común, que es el barrio, y de allí surge una saga de personajes, símbolos del ambiente homogéneo de donde provienen. El barrio es el marco de unas historias separadas estructuralmente, pero que coinciden en un lugar que es de todos y para todos.

Murió el hombre, pero le sobrevive una obra que debe difundirse porque es la vida la que late en ella. No podré evitar extrañar a ese creador que rescató personajes de la cultura popular y les dio protagonismo en relatos inolvidables, como Historia de cantantes, El otro, Era una vez una reina que tenía estas frases de amor que se repiten tanto aquí, Aquí donde usted me ve, Los misterios gozosos y En esta angosta esquina de la tierra.

En Cartagena nada está tan estrechamente ligado al proceso formativo de sus gentes como la vecindad. La familia no se reduce a la noción de padres, hijos y hermanos, sino que llega a ser una filiación hasta el infinito por unos afectos cobijados por una casa gigante de puertas abiertas donde todos caben sin aprietos: los de al lado, los de enfrente, los de la esquina, etc. Y es que aunque Burgos Cantor escoge un espacio definido y reconocido, y no oculta la influencia de un medio que conoce y le sirve para recoger de este, con precisión de cronista, las máximas expresiones populares, por sus páginas desfilan muchas características de la condición humana que llegan a convencer que en cualquier esquina del mundo podrán estar agazapadas vivencias semejantes, ajenas a las fronteras territoriales.

Nos dejó el hombre, pero el escritor y su obra sobrevivirán intemporales.


 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS