Uno nace con los polvos contados, decía García Márquez. Y también con su dosis personal de aplausos.
El arte de aplaudir que nos diferencia de los canguros está en decadencia. Cuando el presidente Obama lee algún discurso hay más aplausos que ideas. Hace una coma y la bancada aplaude. En la entrega de los premios Óscar, el departamento de aplausos se engulle la mayor parte del tiempo.
Los hay que aplauden por todo. Pasa una nube, un alcatraz, o un taxi ocupado o desocupado, y arrancan.
Aplaudir se nos ha convertido en un tic. Vivimos la perratización del aplauso. Tiene cercano parecido a esas risas grabadas que acompañan ciertos programas de televisión. Las risas tratan de llenar el vacío que deja el libreto.
Mientras llega la rectificación, digamos que el aplauso nació de la necesidad que ha tenido el hombre de que le suban el ego.
Nos la pasamos más tiempo aplaudiendo que amando u odiando.
Los hay merecidos. Por ejemplo esas cataratas del Niágara de aplausos que suelen acompañar los triunfos de nuestros cantantes o deportistas en las grandes ligas de lo que sea.
Algunos aplausos parecen dados con silicona. Son inflados como esas caderas o puchecas que mienten mientras ellas caminan desafiantes.
Hay casos en que aplaudir es mentir con los dedos. ¿Quién no ha soñado con triturar a quienes parecen contratados para aplaudir en los teatros, una vez termina la función?
Esos fulanos no solo aplauden con todo sino que se ponen de pie y ordenan a la aristocracia de gallinero que haga lo mismo.
Con frecuencia el aplauso es también salario en especie. Muchos han hecho del aplauso su modus viviendi, comiendi y trabajandi.
Por sus aplausos los conoceréis: arrancan tres segundos antes que el resto de los mortales y terminan cinco segundos más tarde.
Estos fulanos terminan de aplaudir y pasan la hoja de vida.
Unos viven de llorar en los entierros. Otros de aplaudir en público. En este sentido, los aplausos son lágrimas con las manos.
Si nacemos con las lágrimas, los polvos y los aplausos contados, dosifiquémoslos.
Abajo las manos hechas para el cepillo, el elogio, la genuflexión, el incienso. Aunque sea, dejemos algunos aplausos para matar zancudos en la noche huérfana de sueño.
oscardominguezg@outlook.com
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