Un importante dirigente local me decía que no había visto en su carrera pública tanta irregularidad como la revelada en la contratación del Distrito de Cartagena durante el periodo reciente. Me decía que era así no solo por el monto de los presupuestos, sino por la flagrancia de las anomalías.
Mí contertulio acotó desconsolado que encontraba la génesis de estos desafueros en los inconfesables acuerdos de los candidatos con financistas de diverso pelambre, para lograr el favor de los votantes y triunfar en las urnas. Su tesis lo conducía sin remedio a concluir: “Amigo, creo que va siendo tiempo de volver a nombrar alcaldes y gobernadores por decreto; solo así extirparemos la tentación original de ganar votos por dádivas provistas por los dueños de la tula, que luego, con lógica perversa, reclaman dividendos en la contratación estatal”. Agregó: “Me temo que casi la mitad de la inversión pública va a parar a los bolsillos de particulares por cuenta de esta dinámica”. Al final apuntó: “Lo que más perplejidad me causa es que un gran segmento de la población parece legitimar el método, tal y como se desprende de la popularidad que marcan los mandatarios en las encuestas. Que roben pero que hagan parece ser el lema de algunos ciudadanos. Panem et circenses”.
La argumentación, los guarismos de las encuestas sobre la favorabilidad de los mandatarios y sobre todo la cita en latín, hicieron tambalear mis convicciones democráticas.
Un rato después, recordé y volví a la última conferencia del inolvidable Carlos Gaviria en el Gimnasio Moderno de Bogotá denominada “Educar para la democracia”. Gaviria decía que no es posible una democracia con demagogia pues se dirige a una masa amorfa, ambigua y desinformada, propicia para los demagogos puesto que en tal caso el pueblo es manipulable y no sabe para dónde va. Al contrario, un demócrata sabe que la democracia es una construcción permanente del sujeto de la democracia, el pueblo, considerado como dice Adela Cortina, una comunidad pensante, consciente, conviviente. Mucho menos puede pensarse que profesamos la democracia en una comunidad con heteronomía, esto es, que prescinde de la autonomía que reposa en la posibilidad de elegir bien a sus gobernantes.
Gaviria sostenía con vehemencia que Colombia no es aún una democracia, sino una sociedad con vocación democrática, una democracia germinal y para construirla el primer ingrediente es ilustrar al ciudadano, educarlo.
Deduje que el asunto no está en restringir la democracia, sino en educar a los ciudadanos para elegir bien.
Comentarios ()