Ahora que se repite la historia de las pasadas atípicas, y con alcalde electo en medio de una abstención casi récord de 77%, ¿qué podemos pensar de la conducta de los 579.000 cartageneros que no salieron a votar?
Muchos no lo hicieron porque no les compraron el voto y otros porque pensaron que su voto no haría la diferencia. Pero, no faltaron aquellos que ni se enteraron de las elecciones, quienes todo les da igual u odian a los políticos, y tampoco los que se abstuvieron como forma de protesta.
En todos los casos, el común denominador es la subestimación de lo público y la apatía por el voto como valor democrático.
Quienes vendieron su voto claramente hicieron un cálculo egoísta y miope: $50.000 para comer ese día, sumado a la desconfianza en el otro que les impide cooperar y que se expresa en imaginarios normalizados como “los demás lo hacen” o “todos llegan a robar”, razonamiento poco distante de “mi voto no hace la diferencia”.
Tanto éstos como quienes consideran que la política no sirve para nada, no son más que "ignorantes útiles" de quienes critican. Aquellos que no votaron como protesta, quedándose en casa, también favorecieron a las maquinarias.
Por eso, la única abstención ciertamente útil es la abstención activa, es decir, aquella precedida de una posición política clara frente a la futilidad del sistema o del rechazo a los políticos de turno. Algo parecido hicieron los valerosos habitantes del corregimiento El Islote, que hastiados de la desatención del Distrito, se opusieron a la instalación de las mesas de votación.
Aunque luego las permitieron, según lo reportó la Misión de Observación Electoral (MOE), se trató de una abstención y protesta dignas de aplaudir, máxime cuando anteriormente habían alzado su voz ante la administración sin ser escuchados.
En suma, la alta abstención del domingo no es más que el corolario de la crisis que atravesamos, con un exalcalde y más de medio Concejo tras las rejas, con un mandatario electo con un poco menos del 10% del censo electoral y en riesgo de ser inhabilitado.
Es preciso, entonces, preocuparnos por el tipo de valores ciudadanos que estamos promoviendo y los liderazgos que permitimos.
No fueron suficientes esta vez los innumerables debates en universidades, empresas y comunidades sobre todos los temas posibles, ni la indignación en redes sociales, ni el cubrimiento de los medios nacionales y locales de la crisis, ni las campañas de la sociedad civil sobre la importancia del voto.
¿Qué debemos hacer entonces para sacudir a ese 77% de cartageneros? Bienvenidas las ideas y las propuestas.
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