Editorial


La tara de la “violencia justificada”

Las transmisiones por radio y televisión de los partidos del Mundial de Fútbol son tal vez los programas de más audiencia, mayoritariamente de niños y jóvenes. Por eso, los narradores y comentaristas que participan en ellas deben ser cuidadosos en lo que dicen, no sólo para evitar datos equivocados e inexactos, sino para que no contribuyan a la cultura de confrontación, odio y violencia, que se genera fácilmente en este deporte. Los colombianos, martirizados hace decenios por una violencia devastadora, empujados a pelear por causas tan diversas como absurdas, y llevados a una contienda permanente y cotidiana, cuya justificación es el dinero y la ventaja personal, no necesitamos que se nos inyecten mensajes bélicos a través de las transmisiones deportivas, específicamente las del Mundial de Fútbol. El comentarista Carlos Antonio Vélez, a quien desde esta misma tribuna hemos criticado por su justificación permanente de las faltas y del juego sucio en los partidos del fútbol profesional colombiano, con el argumento de que hay momentos en que el jugador se ve obligado a recurrir a las faltas para evitar que los rivales lleguen a su arco, hizo ayer viernes una apología inaceptable de la agresión, durante la transmisión del partido entre Serbia y Alemania. El árbitro sancionó con tarjeta amarilla una falta fuerte del alemán Klose, quien ya tenía una amarilla previa y por eso quedaba expulsado, y el comentarista Vélez se indignó por esta decisión, diciendo que a pesar de ceñirse al reglamento, el juez había sido demasiado drástico, y que a veces era necesario tolerar algo de violencia, en aras del espectáculo. Es decir, que era más importante que siguiera en el campo un ídolo como Klose, que impedir los golpes. Tales comentarios penetran en la conciencia de los espectadores porque se pronuncian en un programa de interés enorme, y echan por tierra, en pocos minutos, la campaña de la empresa fabricante de gaseosas que patrocina el fútbol profesional colombiano, para impulsar la tolerancia, convivencia y rivalidad sana entre las barras en nuestros estadios. Aunque en la lógica estratégica del juego, los jugadores acudan a la falta y a la agresión para impedir la derrota, hacer apología de ello en una transmisión a la que están atentos millones de adolescentes es contribuir a consolidar la violencia como valor supremo. Cuando permitimos que estos mensajes se repitan, con el argumento de que se habla en el contexto de un juego, donde no hay intenciones criminales sino dinámicas ofensivas, y por lo tanto se pueden tolerar transgresiones a las normas, estamos propiciando la legitimación de comportamientos que se convierten en pauta de acción, donde es lícito violar la ley para obtener resultados. En los últimos 100 años, Colombia ha padecido una historia de muerte y desolación, porque la política, las pasiones deportivas o el afán de lucro se interponen entre los buenos sentimientos de las personas y desembocan, indefectiblemente, en derramamientos de sangre. No hay derecho a que desde el deporte también se glorifique esa cultura de la “violencia justificada”.

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