Farándula


Cheo Romero es una salsa que no muere

GUSTAVO TATIS GUERRA

27 de marzo de 2015 12:00 AM

Cheo Romero era algo más que un diccionario salsero. Era un apasionado por un género musical tallado con la nostalgia de los amores en lejanía y moldeado por los sentimientos profundos de la tierra. Cuando uno escucha un son montuno, una guaracha o un cha cha chá, regresa al corazón de la tierra, al abrazo de los ausentes y al ritmo de los afectos. La salsa es un ritmo de la nostalgia y de la palpitación de la vida.

Durante veintitrés años Cheo fue la voz de la salsa en la radio de Cartagena de Indias. Pocas veces  en la vida uno se encuentra con seres que se parecen a lo que hacen y aman, y contagian con su espíritu a quienes le rodean como esta criatura bondadosa, dinámica e hiperactiva que se llamaba  José Guillermo Romero Verbel, al que toda la ciudad conoció como Cheo Romero.

Él  era el capitán de Salsa y playa, que la ciudadanía disfrutó  en la emisora Olímpica Stereo.  y su nombre convocaba el fervor por la salsa. Cheo parecía un marinero que acababa de bajarse del barco, con sus camisas de colores estridentes y brillantes,  que guardaban la memoria exaltada de uno de sus ídolos: Héctor Lavoe.

Alguien ha recordado que Cheo fue marinero de la Armada Nacional, y a bordo de los barcos iba tras el rumbo de la música latina en los Estados Unidos y en las Antillas.

Era un coleccionista delirante y memorioso que recordaba el color y el año de las carátulas de los largas duración que fueron desplazados por los discos compactos, pero aún así, él fue un nostálgico sin remedio, porque se acordaba del año en que salían los éxitos de sus ídolos, era una memoria festiva de toda una orquesta,  sabía de donde eran los cantantes, los compositores, los instrumentistas.

Era un cazador de rarezas y un buscador de novedades. Fue uno de los primeros cartageneros que al viajar por el mundo trajo a las esquinas de la ciudad las noticias de los salseros dispersos por las islas del universo. Al recordarlo alguien ha puesto a circular en la redes sociales un video en la que Cheo aparece bailando como todo un maestro de baile de salsa.  La música estaba en sus huesos y en su alma. Y su voz de barco viejo que no acaba de zarpar en los días que son toda la vida, más allá de la muerte, resuena en la memoria  intemporal de la música. 

Cheo decidió llamarse así en homenaje a Cheo Feliciano  y a todos los Cheos de la salsa. Nadie está dispuesto a sepultar lo que ama. Y menos está preparado para despedir a los amigos o a los seres que admiramos. Cartagena acompañó hasta el final a Cheo Romero, con lágrimas y salsa. Quien labra como él una audiencia con el pulso de su corazón, hace felices a los demás sin hacerles daño y se gana el cielo del afecto.

Me conmovió su inocencia cuando mi amigo Rubén Darío Álvarez lo entrevistó y él confesó  que no  había dimensionado el tamaño del cariño de su gente cuando en diciembre pasado le rindieron un homenaje en su barrio Los Calamares.  Los seres amorosos como Cheo no se entierran, se siembran en la música de los afectos. Porque son semilla inagotable de la música que nunca muere.

 

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