De Londres a Nueva Delhi, pasando por Sao Paulo, los taxistas se unieron en 2015 contra Uber, con denuncias ante los tribunales y en las calles que en ocasiones degeneraron en actos violentos e incluso en el breve secuestro de un conductor de esa compañía en Brasil.
Desde su fundación hace seis años en San Francisco, esta compañía californiana de transporte asegurado por particulares ha experimentado un crecimiento espectacular, gracias a su aplicación para smartphones, que permite encontrar rápidamente un vehículo.
Pero el éxito de Uber, presente en 58 países y valorado en más de 50.000 millones de dólares, suscita la cólera de sus competidores tradicionales y coloca a la empresa en el punto de mira de las autoridades de varios países.
Uber debe responder a acusaciones de falta de rigor en la contratación de sus conductores, después que algunas pasajeras fueran víctimas de agresiones sexuales en Estados Unidos e India.
Las autoridades de Nueva Delhi llegaron incluso a intentar prohibir la compañía tras la violación de una mujer por un conductor de Uber, condenado a continuación a cadena perpetua. Pero la compañía ignoró esa decisión, para desagrado de los taxis tradicionales.
En muchos países, los taxis acusan a la empresa de competencia desleal, al estimar que sus conductores están eximidos de la legislación social.
En junio, la movilización de los taxistas en Francia desembocó en enfrentamientos y los dirigentes de Uber fueron arrestados durante 24 horas. Poco después, decidieron suspender la aplicación que permitía a los particulares ofrecer servicios de transporte de personas.
Los taxistas, que deben seguir en ciertos países cientos de horas de formación, afirman que Uber desestabiliza el mercado abriéndolo a conductores sin formación y con un GPS como única herramienta a la búsqueda de clientes.
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